Mi móvil se convirtió un día en la feria de Sevilla, todo el día lleno de pitos y de luces. Era un estrés continuo, una locura que no respondía a ninguna necesidad real. Decidí silenciarlo. Hoy, lo miro de vez en cuando y respondo entonces las llamadas o los wasaps. Incluso así, creo que en contra de la tranquilidad sigue estando demasiado presente en el día a día. Y si uno anda frenético intentando resolver su relación con el terminal, el otro día me ocurrió algo inaudito. Mientras cenaba tranquilamente en una terraza de Santa Cruz, un tipo se sentó a nuestro lado. En aquel instante empezó a sonar una vez detrás de otra la puñetera campana de los wasaps como si no hubiese un mañana. Era un continuo repicar que me tenía loco; y entre campana y campana, el pollo de marras se reía a mandíbula batiente de vete a saber qué.

Si bien pensé en decirle que lo silenciara, me hicieron desistir de la idea. Momentos después, cuando creí que lo peor había pasado, llegó la locura: el colega, aburrido, empezó a reproducir notas de audio a todo trapo. Los amigos le gritaban cosas que no acertaba a entender y que me importaban nada. Aquello era la catarsis de la relajación. Pero ¿qué hacemos en una situación como esta? Pues toca empezar a llamarles la atención a los frikis y llamar al sentido común y la educación básica en la relación entre personas; cosa esta que muchos han ido olvidando desde que el móvil se adueñó de muchos de nosotros.

@JC_Alberto