En primer lugar, quiero expresar mi condolencia por el fallecimiento de su padre a Ani Oramas y a Pía Oramas. Y tras esto, deseo exaltar a estas dos personas, estas dos mujeres, por sus valores.

A Ani, como la denominamos en casa, la conozco desde que formamos parte como concejales del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife corriendo el año 1983. Y pronto le tomé un gran afecto, aunque militásemos en partidos políticos diferentes y aún divergentes. Afecto que se mantiene en el tiempo, que creo recíproco, y que de tarde en tarde se manifiesta cuando coincidimos en algún lugar. La alta consideración que le tengo, tanto personal como en el seguimiento de su actividad política, ha alcanzado un nivel superlativo con lo acontecido últimamente: con su padre finado y, como aquel que dice, todavía caliente, ella estaba ejerciendo su deber en el Congreso de los Diputados.

Y le agradezco desde aquí ese sobresaliente esfuerzo personal, por el bien de Canarias y de España, de estar presente en el acto de votación de los Presupuestos Generales del Estado, en tales circunstancias, para sacarlos adelante tras las negociaciones habidas. Un espíritu fuerte y valeroso, digno de encomio. Ejemplo de dedicación y entrega a esos principios por los que parte de la sociedad canaria la hizo diputada.

A Pía Oramas la conocí personalmente, hace poco tiempo, en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Pero un conocimiento más profundo de sus valores, profesional y humano, lo ha sido con la lectura de la sentencia de Las Teresitas. Intuyo las vicisitudes que ha tenido que pasar para mantener esos valores a lo largo del tiempo. En los tiempos que corren, poca gente mantiene enhiesta la bandera de esos valores cuando las presiones para arriarla son tan fuertes. Y Pía la mantuvo contra viento y marea.

He aquí dos mujeres, dos hermanas, con una fuerza moral irreducible. Dos mujeres que ejercen sus actividades sin necesidad de verse implicadas en razones de "cuota" o de "cremallera". Son así por su formación, valor y decencia moral. Uno se siente dignificado por conocer y tratar a personas de este porte.