El populismo merece ya una opinión política común dada su actual expansión por gran parte del mundo. El populismo constituye un fenómeno general compartido por muchos países, pero el aporte de España es uno de los más aguerridos del mundo solo gracias al separatismo catalán. Ante el populismo caben los análisis en profundidad con la definición de sus condiciones y características. Que al ser bastante universal y estudiado fuera, seguro que nos ayuda a entenderlo. Lo que no ocurre con el separatismo catalán, que a nadie fuera le interesa y hemos de abordarlo en solitario. A pesar de que el nacionalismo pueda ser el populismo decano (negación y exclusión del otro, superación de los marcos institucionales, prevalencia absoluta de allegados: bases [militancia] o pueblo [el suyo siempre]).

El secesionismo no es un asunto tan aislado, extraño y anómalo a nuestra cultura política y civil, sino su síntoma más febril y espasmódico. Si lo consideramos síntoma debemos remitirnos a una etiología o causas que expliquen fenómenos tan excepcionales. Solo los banales se conformarían con explicarlo por el mal talante o cerrazón (por suerte las leyes lo implican: imponen límites, cierran) de Rajoy. Vemos que en España, la traslación de las características propias de las relaciones individuales interpersonales (talante, afecto, cariño, comprensión, paciencia...) se hace clave de interpretación, aunque no en tabernas y mercados, sino en televisiones y por políticos. Las "legitimidades" enrabietadas del yo narcisista infantil, que es el deseo sin tacha, eclipsan la legalidad. Con esas claves hermenéuticas todo está perdido. Notas de inmadurez (todo es posible) junto a talante con praxis insurreccional, contrapoderes extraparlamentarios y la abolición de la legalidad democrática, que por diferentes medios persigue los mismos fines que los golpes de Estado.

A la actitud de las masas catalanas, a sus imposiciones totalitarias, lloriqueos victimistas, dramatismo teatral y trascendentalismo místico, se responde por algunos en el resto de España, en clave personalista y emocional, y en consecuencia se quiere conjurarlo con amor, cariño, comprensión y diálogo (el arma definitiva de los relativistas: absolutamente todo ha de tener arreglo fácil, como las fantasías infantiles exigen).

Lacan supo tratar con su clínica la perduración neurótica e imaginaria de la omnipotencia infantil (sublimada con el camuflaje político de la "legitimidad"). Debimos haber opuesto, como Lacan, a las demandas ilimitadas del paciente-víctima, la estricta denegación del silencio. Con el despliegue adulto de lo pertinente: leyes y jueces. Los países más avanzados tienen mucha fe en ello. La legalidad debe prevalecer siempre frente al histrionismo impúber desatado.