Yo no sé si la mayoría de los catalanes se quiere independizar de España, pero puedo asegurar que una gran mayoría de los españoles está hasta más arriba de las patillas del asunto catalán. A ver si se van ya a tomar viento de cola o se quedan tranquilos de una puñetera vez. Porque es que llevamos ya tantos años que esto empieza a ser cansino.

Llevan amagando con el referéndum de independencia desde hace meses y meses... Y meses. Es como la tensión sexual no resuelta de una serie de televisión, pero con la extensión ciclópea de los "Episodios Nacionales" de don Benito Pérez Galdós. Ahora ya, por fin, parece que van a elegir el día. Ese día que todo el mundo identifica como el momento definitivo, el Día D, cuando las fuerzas de desembarco de la república catalana pongan las urnas en la calle.

Lo de las urnas es como lo del colegio cuando dos pibes se iban a partir la cara. Uno trazaba una raya en el suelo y decía "de ahí no pasas". Podían estar tres cuartos de hora poniéndose a parir y nombrándose a la madre, que no llegaban a las manos. Pero si alguno pasaba la raya entonces empezaban los cates. No sé yo qué tendría la maldita línea en el suelo que no tuvieran las madres. Pero era así.

La raya para Rajoy está en las urnas. Ya se lo ha dicho a los catalanes: si ponen las urnas, traspasan la frontera. ¿Y qué puede pasar? Lo mismo que en el colegio: que de las palabras se llega a las manos. El problema es que los catalanes están decididos a traspasar la raya. Ha llegado el día. Y lo que es peor, llegará el día después. Lo dice Rufián, ese diputado independentista tan enamorado de sí mismo y de su apellido: "La diferencia con el 9-N es que pasarán cosas al día siguiente. Gane el sí o gane el no".

Nos acercamos al martirio. Al símbolo. A la fecha que elegirán los independentistas catalanes como el principio de todo o el final de todo. Una fecha con la que hemos venido jugando al gato y al ratón desde hace algunos años y que siempre se convertía en unas elecciones. Porque a la que Artur Mas veía venir, lo de sacar las urnas a la calle, le entraba el canguelo y se iba por las patas pabajo hacia unas elecciones autonómicas. En vez de referéndum, elecciones. No era lo mismo, pero fue una fórmula para seguir tirando.

Esto ya es otra cosa. Puigdemont está dispuesto al martirio de toda Legolandia. Sabe que el desafío supondrá que la mitad más uno de los cargos públicos catalanes van a ser cesados, suspendidos o procesados. Pero creen que ahí empezará "el día después" y están dispuestos a pasar esa raya y acabar a hostias.

La urnas van camino de la calle. Con o sin funcionarios. Al final se va a liar tal y como estaba previsto. Menos mal que Pablo Iglesias, para ayudar, ha presentado una moción de censura. Un alivio.