Los que seguimos mirando con cierta nostalgia al pasado más presente -no tanto si tenemos en cuenta que medio siglo supone una cincuentena de años- leímos con interés los avatares del correíllo "La Palma", después de su pírrico rescate de los muelles de la vecina cocapital. Abandonado tras ser comprado por poco más de 9.000 euros en pública subasta por el ciudadano alemán Jürgen Flick, llegó al puerto de Santa Cruz remolcado por el "Tamarán" durante la presidencia del Cabildo de Segura Clavell, espoleado aún por sus clases de termodinámica en la Escuela de Náutica. Así que el verdadero fragor triunfal de entonces, celebrando el acto, fue porque se le había despojado a la isla redonda del vetusto trofeo marítimo, inmovilizado por un reventón de una de sus calderas en el vecino puerto conejero. Fracasados los planes para convertirlo en restaurante flotante, idea inicial del comprador, finalmente lo cedió al cabildo tinerfeño, que se apresuró a tomar el testigo. Me consta, porque algunos fueron coetáneos míos de Náutica o Máquinas, que estos nostálgicos de sus prácticas obligatorias de navegación o vapor se apiñaron en una comisión para restaurarlo con unas intenciones rayando el idealismo, sin tener en cuenta, quizás, el coste económico que ello supondría, dado que las administraciones tienen otras prioridades más acuciantes que reparar un barco a punto de desguace.

Varado en la desaparecida Nuvasa, fue sometido en principio a una inspección profunda del estado de su casco, y no salió bien parado. Pese a ello, los entusiastas compañeros comenzaron a reponer las planchas oxidadas, sustituyéndolas por otras nuevas; pero ante la inexistencia de medios para remachar estas se optó por utilizar la soldadura, fijándose unos botones que simulaban ser la cabeza de los antiguos pernos de sujeción. Logrado al fin el recosido de su traje -tarea que llevó muchos meses- se planteó volverlo a poner en remojo con menor gasto de mantenimiento, y ante la próxima desaparición de la zona litoral donde estaba varado y el consiguiente cierre de la empresa, que, dicho sea con franqueza, nunca gozó de tiempos de rentabilidad positiva. Amarrado finalmente en el espigón del muelle Norte, junto a la estación del Jet-Foil, se empezó a hacer balance de su contenido, siendo desmontada su alternativa triple de vapor, maquinillas, puntales y todo lo que fuera objeto de restauración. Por cierto, según me contaba mi amigo de infancia Jesús Cabrera, brillante maquinista naval residente en Liverpool como supervisor de una draga, existía allí una máquina similar expuesta en el museo de dicha ciudad, como un objeto muy preciado. Ignoro cuál fue el destino de esta después de ser desmontada del vientre del barco, como también desconozco quién o quiénes se beneficiaron del despojo de su mobiliario y todos sus portillos de bronce, así como el arrasamiento sistemático de todo el contenido de su puente de mando. Para que nos entendamos, el barco flota sólo por la efectiva reparación de su casco, y así ha permanecido llenándose de nuevo de incrustaciones, porque el agua salada nunca da tregua y un barco en la mar requiere un mantenimiento constante y permanente. Una rentabilidad que sólo es amortizable cuando este genera beneficios, que en este caso sólo se suscribe al orgullo de su pasado marítimo, surcando las aguas del Archipiélago. Dicho con los pies en la tierra, muchos son los retos que aún le quedan a este histórico navío, cuyos proyectos, de momento, rayan en la más meridiana utopía. De modo que cuando uno los lee, no deja de pensar con aire dubitativo que los deseos van mucho más aprisa que las realidades. Y estas pasan por que aún se baraja la posibilidad de instalar un motor que genere menos vibraciones que la veterana alternativa triple -si aún existe-, so pena de desencuadernar el casco tan pronto se ponga dicha maquinaria en movimiento. No entro ya en el tema de la pretensión de que vuelva a navegar, porque no le auguro una vejez pletórica, sino todo lo contrario, y sería una pena que, después de ponerlo a son de mar, tuviera un desliz y volviera a convertirse en un pecio para ser visitado por los buceadores. Sirva, pues, como objeto para colmar la nostalgia de todos los que realizaron sus prácticas de navegación y de maquinaria, y eviten que este ponga la proa al marisco.

jcvmonteverde@hotmail.com