No hay nada como tumbarte al sol y escuchar las conversaciones ajenas en la playa. Bien por el griterío con el que se producen, o bien por lo interesantes que se van poniendo, hay momentos en que no puedes evitar poner la antena. Este fin de semana me fui a dar un baño con un calor de mil demonios; al poco tiempo se acercó una familia que antes de llegar ya venía de cháchara. Eran una señora oronda, un marido escuálido y un chiquillo insoportable a los que había que sumarles dos tumbonas, una mesa, una colchoneta, dos bolsas de Mercadona, una nevera portátil y un transistor encendido..., ¿qué tal? Creo que fueron cinco los minutos que tardaron en llegar dos sobrinas al alarido de: ¡"Tía, tía, er pelo te está botando er tinte!". Y entonces, todos los disimulos fueron pocos para clavarles los ojos a los chorretes de la espalda de la doña.

Tras su discreta llegada, una de las sobrinas comenzó a contar lo bien que se lo pasaba su Manuel en la cárcel: "Dice que hay mejor droga dentro que fuera, y que conoce a un montón de gente"... Todo era aprendizaje. Tras el gimnasio, los tatuajes y las uñas, tocó hablar del robo de su coche. La sobrina más dicharachera por fin lo había encontrado en Chimisay, y corrió a besar al tío mientras recordaba que había conseguido las piezas que le faltaban, porque el tío conocía a los ladrones.Pasadas unas horas, y después de que el escuálido tío le gritara a la del tinte que tenía ganas de que le quitaran el DIU para hacerle un hijo, nos fuimos. Eso sí, no sin antes comprobar que teníamos el reloj en la muñeca y las llaves del coche en la mochila.

@JC_Alberto