Pensé que el debate de la moción de censura de ayer iba a ser una basura aburrida. Me equivoqué. No fue aburrida. Fue, para todos, un mitin electoral salpicado por momentos de puro histrionismo. Mariano Rajoy, como una formación rocosa en medio del plató del Parlamento, acaparó los focos mientras le llovían toneladas de inmundicias con los nombres y apellidos de cargos del Partido Popular implicados en escándalos de corrupción. Condenados y sin condenar, porque a los efectos de la chimenea política, cualquier madera que arda es buena.

La moción de censura de Podemos, como es natural, fracasará hoy estrepitosamente cuando se vote. Todo el mundo es consciente de ello, incluidos los que la presentaron. Podemos utilizó esa herramienta parlamentaria como un acto más de desgaste del Gobierno. Y se aplicó a ello con denuedo. Como Romeo y Julieta o Aznar y Botella, ayer surgió la perfecta pareja formada por Irene Montero y Pablo Iglesias, que se repartieron las dentelladas dirigidas al PP desde el atril de oradores.

Rajoy, inasequible al desaliento, respondió a la moción de fogueo personalmente. Nada de mandar por delante a sus ministros. Salió a cuerpo gentil -vaya ironía- a partirse la cara con su tradicional pachorra gallega. Pablo Iglesias les acusó de parasitar las instituciones, de ser un partido corrupto y de aumentar la pobreza en España. Rajoy le contestó diciendo que Podemos parasita la catástrofe, que vive del descontento y que por eso pinta una España oscura y lóbrega, a la medida de sus intereses. Ana Oramas incomodó a Podemos diciendo que la sesión era puro teatro y hasta Pedro Quevedo acabó cabreado con los "delirios centralistas" de Iglesias, que le restregó a Nueva Canarias su voto a los Presupuestos.

Pero cuando salió el gran tema catalán se encendieron todas las luces del plató. Ya no estamos sólo ante el nacimiento de la República independiente de Cataluña, sino ante el advenimiento de la Tercera República Española. La historia se ha convertido en un caballo desbocado y los catalanes rozan con la punta de sus dedos su independencia del Estado español y pueden ser la llama que prenda el incendio de la libertad para todos. Todo eso lo clamó Esquerra Republicana de Cataluña, aliada en la moción de Podemos.

Y Pablo Iglesias, compañero del alma, compañero, se puso al cogote la soga de la honradez. Definiéndose tal vez más de lo necesario, reconoció la justicia de la causa de Esquerra y la lucha para que algún día los catalanes y las catalanas puedan decidir su propio futuro. En el Congreso de los Diputados una censura al Gobierno, una crítica a la corrupción, se convirtió en "un momento histórico" -vaya topicazo-, donde se ponía en cuestión el modelo de estado y la monarquía parlamentaria.

Para ser libres hay que ser esclavos de la ley, decía Cicerón. Ayer, el Parlamento que hace las leyes decidió escribir otra página imborrable del desencuentro, el cainismo y la mediocridad política española. Es como releer los diarios de sesiones de aquella República naufragada. Una melancolía y un desastre.