Este pueblo, el chicharrero, camina errado. Apenas han transcurrido unos días desde que el alcalde, José Manuel Bermúdez, proclamaba que una de las pocas joyas arquitectónicas que aún quedan en pie, el Palacio de Carta (muchas han caído bajo la espantosa piqueta municipal), iba a ser rehabilitada y convertida en Museo de la Historia de Santa Cruz, albergando, asimismo, otro de los símbolos de la ciudad, el cañón Tigre, para que, incomprensiblemente, desde el Cabildo tinerfeño llamen la atención a la Casa de los Dragos invitando a "regularizar los usos del inmueble". Parece que la controversia se ha resuelto, pero el espectáculo a los vecinos se sirvió bien caliente (vetar espectáculos futboleros en su interior). Está por medio la Comisión Insular de Patrimonio Histórico, que afirma que "inexorablemente cualquier obra y uso diferente al relacionado con el carácter cultural y patrimonial del inmueble debe contar con el dictamen preceptivo". Sin embargo, el concejal de Promoción Económica, Alfonso Cabello, recordó a los artistas-técnicos de la Institución insular (muchas de sus decisiones han sido contestadas en varias ocasiones) que el Palacio de Carta "ha sido escenario de diversos actos en los últimos meses -aun cuando la cesión del Gobierno de Canarias no se había formalizado- y nunca antes la Corporación había sido advertida de la necesidad de un dictamen previo". El concejal, con razón, manifestó "el exceso de celo" del Cabildo (también con razón), y que el Ayuntamiento ya ha iniciado la tramitación de las autorizaciones exigidas.

La rehabilitación, por un presupuesto de 1.200.000 euros, se dividirá en dos fases. La primera, que se espera culminar este año, abordará el precioso y monumental patio donde se ubicará el punto de información turística. En la segunda planta se situará el Museo de Historia de la ciudad. Claro que, todo esto, contando con la predisposición de los políticos implicados que quieran que los ciudadanos puedan acceder al pasado de El Chicharro, muchas veces olvidado en cualquier despacho destartalado y otros expoliado por impresentables políticos. Como afirma el director general de Patrimonio, se trata de "valorar la historia poco conocida" de la capital tinerfeña. Otros episodios están viendo la luz estos días desde Cabo Llanos, y no son precisamente los que conlleven ninguna categoría que enaltezcan a Santa Cruz.

Unos apuntes históricos recogidos de la actividad intelectual de José Manuel Ledesma Alonso, cronista oficial de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, y del arquitecto Carlos Pallés nos acercan a algunos disparates que se han cometido en esta capital y a otro singular relacionado con el tema que hoy nos ocupa y que destapa la nula sensibilidad que ha circulado por distintas dependencias administrativas. Muy pocos ciudadanos conocen que el Palacio de Carta estuvo a punto de convertirse en escombros. Y es que la entidad bancaria que entonces, en 1946, lo ocupaba, al permanecer por diferentes avatares cuatro años cerrada, pensó en demolerla para levantar un nuevo edificio. Pero, afortunadamente (esta vez sí), Antonio Lecuona Hardisson, presidente del Cabildo tinerfeño, inició el expediente de declaración como Monumento Histórico-Artístico, convirtiéndose en el primer Bien de Interés Cultural de la provincia. En 2007, la Comunidad Autónoma de Canarias lo compró por 5,8 millones de euros y en mayo de este año, el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, presidió la cesión de uso del Palacio de Carta a la ciudad en presencia de la consejera de Hacienda, Rosa Dávila, y del alcalde, José Manuel Bermúdez.

Carlos Pallés subrayó que en la estructura del edificio no se ha encontrado nada "particularmente grave" y que en el plan director se incluye además una guía para su protección de manera que se evite en el futuro que un arquitecto "estrella" imponga su sello sin respetar la historia y valores del inmueble. Magnífico. Ahora solo resta que Cabildo y Ayuntamiento caminen rumbo al futuro, pensando en la ciudad y olvidando toda esa tonga de papeles que no han hecho otra cosa que dificultar el progreso de esta tierra. Esto es, sin más dilaciones.