Establecido que la política es hoy, más que nada, un espectáculo, para llamar la atención del público hay que elevar el registro hasta llegar a las fronteras del esperpento. El éxito consiste en hacerlo sin traspasarlas. Eso y no otra cosa fue la sonada toma de posesión de los nuevos diputados de Podemos, donde el bebé de Carolina Bescansa jugaba un papel tan esencial e icónico como los besos en la boca de Pablo Iglesias a Domenech o las originales fórmulas de promesa del cargo, con discursos reivindicativos incluidos.

Esas mismas claves se han manejado, de forma más moderada, en la táctica de la moción de censura sobre la que ayer cayó el telón del fracaso, como estaba previsto. Cada uno a su manera, Rajoy e Iglesias hablaron para no defraudar a su parroquia. Y en gran medida consiguieron sus propósitos. Se repartieron el pescado mediático y político casi en exclusiva.

El gran perjudicado era el PSOE. Primero porque el discurso siempre aludía al candidato a presidente ausente, Pedro Sánchez. Una figura fantasmal sobre la que volvía de cuando en cuando la memoria de unos y las esperanzas de otros. Y segundo, porque estaba urgido por la necesidad de una intervención tan potente, tan estremecedora, que pusiera de nuevo el foco sobre el socialismo español.

No fue así. El nuevo portavoz del Grupo Socialista estuvo más que correcto. Hiló un buen discurso, pero no entendió de qué iba la cosa. Lo que el PSOE necesitaba era llamar la atención de los ciudadanos españoles, de los votantes que necesita recuperar, tanto con palabras como con gestos. Y no hubo espectáculo. Hubo pequeños destellos cuando José Luis Abalos dejó los papeles y se fajó en la improvisación para decirle a Iglesias que la moción estaba muerta en origen; que le estaba haciendo un gran favor a Rajoy, que es el que va a salir mejor en la foto, y que la unidad de España es innegociable bajo el imperio de unas leyes que hay que obedecer o cambiar. Y hubo también guiños de complicidad, mensajes de amor futuro del ausente presente que Iglesias recibió con una estólida sonrisa.

Albert Rivera, de Ciudadanos, se llevó la peor parte como siempre ocurre con los que se ponen en el centro de una pelea. El líder de Podemos se empleó a fondo para revolcar a Rivera en sus contradicciones y restregarle sus apoyos al PP. De todos los partidos políticos, Ciudadanos fue el que menos rendimiento mediático obtuvo del teatrillo de la moción de censura celebrado en la Carrera de San Jerónimo.

Muerto el perro la rabia no se ha terminado. Tras el óbito del conato de censura, que Iglesias siguió defendiendo hasta el final, Mariano Rajoy sigue exactamente como estaba: su gran desgaste, su única gran debilidad, viene de su propio partido; de la larga hilera de escándalos judiciales que están en marcha. Ese será el verdadero calvario que espera a los populares de aquí al final del camino de esta legislatura.