La confluencia de visitantes de todas las razas en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, encrucijada por excelencia de las rutas oceánicas, originaba antaño el establecimiento de mesones con mesoneras como María Rodríguez o Catalina Lutzarda, que comerciaban con toda clase de amuletos, fórmulas mágicas de encantamientos y el insustituible cuartillo de vino para animar la compra de tal mercancía esotérica. Pero esta exposición de productos, de gran aceptación por la ignorancia supina de sus compradores, iba pareja con el apogeo que se originaba en las vísperas mágicas de la noche de San Juan, a la hora bruja de la medianoche, donde estas entraban en el apogeo de sus rituales, practicando la magia blanca o negra según sus apetencias e intereses personales o encargos.

La tradición de dicha víspera, que coincide con la entrada del solsticio veraniego, se remonta a siglos atrás, al menos entre nuestros antepasados aborígenes, donde las palabras Achamán y Magec se contraponían al mal que originaba Guayota, residente en el Echeide, que no era otro lugar que el infierno situado en las entrañas del volcán. De ahí que para expulsar a los seres maléficos que originaban tantos males, se recurriera a la figura del hechicero o curandero, que tenía la virtud del conocimiento de las propiedades de las plantas silvestres curativas para aplicarlas en casos extremos, con la certeza, en muchos casos, de aliviar algunos males o conseguir deseos imposibles de riqueza o de amores.

Pero como todas estas necesidades no son un mal pasajero, sino que se repite con machacona insistencia, no es de extrañar que, pese al escepticismo imperante, se recurra de nuevo a estas prácticas rituales para conseguir el vellocino de oro del contrato indefinido de trabajo o recuperar la salud huidiza, que se pierden ante la escasa oferta existente en condiciones draconianas, o en el marasmo de una lista de espera interminable para un médico especialista o una operación quirúrgica.

Pero dejando a un lado el corolario del meollo de la fiesta, porque un pueblo escarmentado por tantos avatares necesita de lo lúdico, siquiera pasajero, para eludir por unas horas el sambenito de la negatividad, es por lo que entendemos que las autoridades, secundadas por un pueblo anhelante, ejerzan de maestros de ceremonia con la complicidad que lleva consigo establecer dicho paréntesis, previo a las otras etapas tributarias obligatorias. Por todo ello, centrados en el ritual de la purificación con el fuego de la hoguera, cada uno danzará, si le apetece, bajo la influencia de algún bebedizo alcohólico o alucinógeno, porque la primitiva farmacopea de las brujas o curanderas tienen hoy su continuidad en las fórmulas que salen de las multinacionales privadas o clandestinas, que vendrían a ser, dicho con reservas, el equivalente actual de la práctica de la bruja benigna o maléfica.

Puestos a actualizar los deseos personales, repito, resulta más práctico anotar en los papelitos las deseadas ofertas de trabajo que los nombres de los posibles pretendientes, o hacer una cruz con los dedos índices a la hora de la negociación entre partidos antagónicos para la gobernabilidad de Canarias, tratando de evitar así las condiciones diabólicas de algunos de sus representantes para consensuar dicho pacto.

Ajenos a estas cuestiones, como ya he dicho, la mayoría del pueblo sólo querrá revivir la tradición que mamaron desde pequeños, renovando por inercia todos estos ritos ahora ineficaces, aunque pintorescos, que darán continuidad a unas costumbres que se pierden en la noche de los tiempos. Y es esa hora bruja, la de la víspera de la medianoche que da comienzo al día de San Juan Bautista, la que dará, una vez más, rienda suelta a los instintos de evasión siquiera ocasional para espantar la negatividad que nos devuelve a la cruda realidad del resto de un año de impredecible certidumbre.

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