Tal y como está actualmente el escenario político español, donde una buena parte de los que se dedican a la noble actividad de gobernar los asuntos que afectan a sus conciudadanos, manifiestan una insultante e incompetente mediocridad personal e ignorancia intelectual, además de una insustancial inconsistencia ideológica (aparte de un preocupante afán de quedarse o malversar los dineros públicos que, la verdad, comienza a preocupar no sólo a los nacionales, sino incluso a los de más allá de nuestras fronteras), es necesario que la silente, honrada y esperanzadora sociedad civil despierte.

Porque dicho panorama refleja, por una parte, una derecha acomplejada y envuelta en demasiados casos de corrupción que está, por día, laminando su rédito político e incluso su credibilidad de futuro; un centro que no termina de definirse ideológicamente y que no sabe a ciencia cierta a quién puede o quiere perjudicar o beneficiar electoralmente; una izquierda plural - esto sí que es plural- que se ha convertido en un revoltijo difuso y confuso de siglas, posturas extremas e ideologías populistas, y que se debate en un navajeo continuo por quien representa mejor la utopía comunista del socialismo de masas; y, por otra parte, seguimos soportando estoica y absurdamente a los nacionalistas y a los proetarras -a los que, incompresiblemente, la izquierda de este país apoya y protege-, y cuyo único objetivo y afán es romper el reino de España, y en cuantos más pedazos, mejor.

Pero España es demasiado importante como para permitir que unos pocos desalmados, cuyo único objetivo en la vida es llegar al poder para reescribir la historia a su favor, intentando cobarde y miserablemente ganar batallas perdidas y para una inmensa mayoría de españoles conveniente y juiciosamente olvidadas, puedan terminar con el espíritu de la Transición, desmantelar las instituciones, acabar con nuestras libertades y, de camino, con la democracia y la Constitución que nos hemos otorgado todos los españoles. Pero para ello no cabe el silencio, la cobardía o mirar hacia otro lado. Nos jugamos nada menos que nuestro inmediato presente y el futuro democrático y en paz de nuestros hijos.

Es necesario, pues, que surja una nueva España, un partido o movimiento cívico que tenga como objetivo devolver la esperanza, la dignidad y el sentimiento de orgullo a cada ciudadano español; un partido que se centre en las personas, en la libertad e igualdad absoluta ante la ley de todos los españoles independientemente de su origen y residencia, pensamiento, cultura, religión y/o posición social. Que defienda la unidad de España y el concepto constitucional de que la soberanía reside en el conjunto de los españoles; reforzar el papel fundamental de la familia; el de nuestro idioma común, el castellano, además de tener el derecho a conocer y a hablar otras lenguas que sean consustanciales con nuestros orígenes y cultura.

Es vital volver a confiar en el Estado de Derecho y en el imperio de la Ley. Así como exigir que vuelvan al Estado las responsabilidades de la educación, la sanidad, la justicia y el control de todas las fuerzas y fuerzas de seguridad del Estado, ya que su mantenimiento actual tan solo conlleva desigualdades complejas y políticas cambiantes, cuando no abusivas e injustas o claramente sectarias que, en cualquier caso, terminan perjudicando injustamente al ciudadano. Bajar los impuestos, así como exigir la reducción alarmante del gasto público, anulando de camino todas las duplicidades que conllevan las diferentes escalas administrativas. España no puede soportar por más tiempo, ni económica ni política ni socialmente, este "monstruo de 19 cabezas" que ha creado para acallar conciencias victimistas y egoísmos personales identitarios que el tiempo ha demostrado inútiles e insaciables.

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