No conviene olvidar que el actual paisaje insular comenzó a crearse a principios de la década de los sesenta del siglo pasado, y que la idea surgió desde un ilustre despacho del entonces Ministerio de Información y Turismo ocupado por un insigne político llamado Manuel Fraga Iribarne. Creemos que ni él mismo imaginó hasta dónde influiría la nueva política aplicada en ciertos establecimientos con fama y especialización arraigadas que acabarían por arruinar al sector primario, que en Canarias constituyó el pilar fundamental de una economía hasta el momento sostenible... para cuatro. Las tentaciones que afloraron eran demasiado potentes. Los trabajadores de la tierra cambiaron la azada por llevar una bandeja portadora de exquisitos aperitivos, de los que nunca habían oído hablar. No importaba. El sueldo era diez veces más que los que obtenían con tanto sacrificio y sobresaltos. El revulsivo que significó esta situación para los especuladores fue lo suficientemente importante para terminar con hermosas fincas y levantar, en su lugar, espléndidos hoteles para que los nuevos trabajadores, que no habían sido preparados ni en los más mínimos detalles para atender al cliente, corretearan entre mesas y sillas con un único fin: no perder el equilibrio. De un plumazo se cambió la fisonomía de un país: de agrícola a turístico... sin visión de futuro, fácilmente constatable hoy en día, donde los servicios que reclaman oriundos y visitantes conforman un mundo de escasez, poca vergüenza y expolio crematístico hacia lugares lejanos de las Islas.

El negocio estaba a la vista. Las playas impolutas, el sol garantizado siempre en Canarias (en la Península de temporada). ¿Cómo, entonces, no se le había ocurrido a nadie antes este fabuloso tráfico de personas y billetes? Los dos vectores comenzaron a coexistir sin tener en cuenta que, con el paso de unos pocos años, habría que atender a millones de visitantes que exigían cada día más y mejores servicios y que estos tendrían que generarse desde las instituciones isleñas. Los hoteles y apartamentos crecieron a ritmo endiablado y los nuevos ricos surgían de un día para otro, con el tiempo suficiente para llevarse los dineros fuera del Archipiélago. Todo comenzó a girar en torno al visitante.

Pero siempre hay un inconveniente: el éxodo agrícola masivo hacia estos atractivos lugares significó una señal con la que nadie había advertido. Y si hubo alguien, se lo calló. Muchas tierras dejaron de cultivarse. Hasta cierto punto era lógico. La diferencia de sueldos, dedicación y comodidades eran abismales. Entre servir una cerveza y cavar la tierra existía un profundo bienestar. La desmedida vinculación al cemento puso al descubierto la irresponsable actitud de los diferentes gobiernos canarios dermocráticos (los franquistas expropiaban, naturalmente) que gestionaron, y continúan haciéndolo, esta situación que va camino del caos generalizado. Los resultados ya se vislumbran en el horizonte cercano, no en toda su magnitud, pero, ciertamente, están más que oscuros.

La población canaria vive cada vez más concentrada en las grandes capitales y centros turísticos. Se asiste a un desmantelamiento de la sociedad con el olvido de su patrimonio, historia, cultura y arribada de espectáculos que los políticos quieren sumarlos a nuestras tradiciones, últimamente llenas de afectaciones que no tienen que ver con ellas. Es difícil encontrar bancales, establos, estanques y atarjeas. Y si nos tropezamos con alguna de estas conducciones de agua, están absolutamente deterioradas y rotas. Las distintas administraciones se han encargado de destruir el modelo de sociedad, considerando un fraude que en el campo, por ejemplo, se venda un saco de papas entre amigos o que a alguien se le ocurra levantar un gallinero sin el permiso municipal correspondiente, o que limpie matojos y pinocha en los alrededores de su vivienda.

El sector primario sólo aporta a la riqueza del Archipiélago el 1,4%. Son datos del Instituto Nacional de Estadística, con lo que se ha convertido en el más débil de la economía de nuestra Comunidad Autónoma. Hay que sumar, además, las primas de la Unión Europea a productos de importación, perjudicando de manera importante a la ganadería local. Pero podemos estar tranquilos, ya que Casimiro Curbelo ha manifestado que la ley del suelo es la mejor para Canarias, apostando por la agricultura como vía para diversificar la economía. Y cuando lo dice el imprescindible político gomero...