Al final, los europeos se las arreglan para permanecer en el centro del escenario, ser el eje. Si Europa, avanzado el siglo XIX, se propuso la apropiación de África, una vez sacado rendimiento a la trata de esclavos, cierta historiografía española apuesta por la anulación de todo aquello, ya que todo queda maculado de infamia y estigma, el mea culpa por 400 años de trata de esclavos (antes y después de la europea se dio la esclavitud) y 80 de colonialismo directo. Una muestra más del eurocentrismo: si unos malvadamente emprendieron la trata y el colonialismo a gran escala, los otros, los actuales, lo que hacen es redimirlo con enorme énfasis y voluntarismo. De modo que antiguos autores y actuales escribanos siempre permanecen en escena. Si se lee a un autor anglosajón o africano se comprobará que, al margen de la trata de esclavos y el colonialismo, también existió la economía, procesos sociales y curso de la historia. Incluso cultura. Porque existe un esplendoroso paraíso cultural que no tiene nada que ver ni con el colonialismo ni con el mea culpa europeos, que les otorga centralidad en el debate. Ellos siempre. Por tanto, no tienen interés en resaltar los más meritorios y florecientes hechos culturales habidos en África. La visión moral y socio económica desplaza la cultural. No han reparado en las fabulosas y sobrecogedoras mezquitas de adobe, ni en el animismo engastado al islam, ni en que lenguas orales como el soninké, bamba, wolof... de Mali y Senegal, hayan sido aljamiadas, es decir transcritas con grafía árabe.

La cultura subsahariana, como la magrebí, debe en parte su espiritualidad al sufismo: una mística con cierta conexión con el chiismo por la idea de purificación de los descendientes directos del Profeta; el culto a los santones y morabitos en cofradías y zauias conforman esa unidad religiosa que desde el Mediterráneo llega a Senegal, sin que pueda apreciarse la más mínima singularidad en el Sáhara occidental.

Si Tombuctú es la ciudad de los 333 santones, las bibliotecas que pueblan Malí, Níger y Burkina Faso contienen 370.000 manuscritos de incalculable valor, siendo varias las bibliotecas que merecen la protección de muchos países del mundo. En ellas se encuentran libros en miniatura y ediciones lujosas. Ibn Batuta, el gran viajero refirió costumbres y libros refinados y hedonistas; el canto a la sensualidad y lo profano que evocan al persa Omar Jayán. León El Africano, otro gran viajero, quedó impresionado por la vida intelectual del África subsahariana.