No hay nada mejor que coger cuatro estereotipos y ponerles como protagonista a una mujer: la muchedumbre te cruje. Ayer publiqué la historia de una infidelidad repetida por parte de una amiga; y si bien la historia es cierta, todos sus adornos son atrezo. Si no fuera así, tras cada escrito de este porte que publicase, habría una tragedia, quizás la mía propia, por señalar con el dedo según qué actitudes. La infidelidad en cualquiera de sus formas es inherente al ser humano, y todos, en alguna u otra medida, hemos sido víctimas de ella alguna vez. Desde primera hora de la mañana, varios de los chats de WhatsApp en los que estoy, criticaban que llamara "golfa" a una mujer infiel, pero no era a la mujer, era a la actitud falsaria que esconde. Y si la mujer que actúa de esa guisa es "golfa", al hombre que lo hace igual lo adjetivo de la misma forma.

Aclarado este breve matiz, diré que fueron cuatro las conversaciones en las que tuve que intervenir para explicar que no eran ellos los aludidos por el astado relato, lo que implica que la hipocresía o la temeridad entre las parejas son mucho más frecuentes de lo que imaginamos. Pero no fueron solo hombres, hubo alguna amiga que me llamó para saber si tras los adornos de mi escrito se escondía su folclórico caso. Y no voy a hablar de quienes requerían el nombre de la protagonista. Al final te das cuenta de que no somos nada originales, y que nuestros pecadillos, como los de la infidelidad, son compartidos por medio mundo. Qué cosas...

@JC_Alberto