Las reformas católicas continúan su marcha sin pausa y sin ruido y una prueba expresiva está en la reciente designación de Luis Francisco Ladaria Ferrer (Palma de Mallorca, 1944) para dirigir la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, la Comisión Teológica Internacional y la Pontificia Comisión Bíblica. Sustituye en estos cuatro cargos al ultraconservador Gerhard Müller, cabeza de la oposición al papa Francisco visualizada durante el último Sínodo de la Familia y cuyo mandato no fue renovado.

El nuevo prefecto es mallorquín e ingresó en la Compañía de Jesús tras concluir la licenciatura de derecho; es el primer sacerdote de esta orden que accede a una de las corporaciones principales de la curia romana. En 1992 entró en la Comisión Teológica Internacional por mandato de Juan Pablo III, quien, tres años después, le nombró consultor de la Congregación que ahora preside (el antiguo y denostado Tribunal del Santo Oficio); y, en 2006, por decisión del papa Ratzinger condujo la comisión que, un año después, eliminó el concepto del Limbo, "en tanto hay caminos más apropiados para afrontar la cuestión del destino de los niños muertos antes del bautismo, "para los que no puede excluirse la esperanza de la salvación".

Arzobispo desde 2008 y doctor honoris causa por Comillas y Salamanca, con una brillante carrera docente y una veintena de publicaciones del mayor nivel teológico, monseñor Ladaria goza de un sólido prestigio intelectual y está ubicado en un "espacio de sabiduría y moderación" reconocido por dos papas -el emérito y el reinante- que le otorgaron su plena confianza. Con probada independencia de criterio, contrario a la visualización y al debate público de las posiciones enfrentadas, es un paciente negociador que declara la importancia del diálogo y la necesidad de los acuerdos. "No me gustan los extremos, ni en el tradicionalismo ni en el progresismo", señaló tras asumir sus nuevos cometidos.

Con esa misma rotundidad defiende las líneas de actuación del papa Francisco, que le encargó la notable y costosa empresa de hacer una teología más abierta, recuperando y actualizando las metas pendientes del Vaticano II, y adecuada a los tiempos difíciles que vivimos, "donde es imprescindible el ejemplo y magisterio de la Iglesia de Cristo".