Santiago Carrillo resultó muy eficaz para que la democracia regresara a España tras el franquismo. Para lograr la aceptación de la monarquía por las bases comunistas, de confesión republicana, y como por entonces la izquierda era racionalista, crítica y analítica (historia liquidada), distinguió entre sistema democrático y forma de estado. Se refirió a las monarquías europeas: todos países modélicos en derechos civiles, políticos y sociales. La disquisición teórica tenía confirmación empírica irrebatible. Mientras los totalitarismos invariablemente tenían la fórmula republicana, como los sistemas más sanguinarios.

La docilidad, la sumisión al pensamiento común, la elusión de criterios personales, el conformismo vital y adocenamiento pueden perfectamente encajar con el arrebato insurgente, tipo alzado, por no poder elegir al jefe de estado. Acostumbrados a elegir prácticamente todo en la vida: jefes, familiares, jueces, incluso políticos (si no los proveyera los mismos partidos), es lógica la incomprensión ante ese déficit en el orden regulativo democrático del mundo. Freud lo llamaría omnipotencia de la voluntad, que dedujo de las conductas infantiles más empecinadas.

Conciben ese derecho hurtado como si se tratara de un derecho fundamental e inalienable. Algo que ha de hacerse efectivo, como si no influyera la selección previa del elegible por los aparatos políticos. Elegirían entre ya elegidos, y como pasa tanto en España, pudiera ser además al tercero o cuarto en número de votos por pactos de partidos. Nada impediría que salieran elegidos Monedero, Bárcenas o Revilla. U otros personajes atrabiliarios. Lo que en la práctica se diluiría en sucesivas decisiones de las élites políticas, que siempre mistificarían la elección, pero también el conjunto del proceso y la aleatoriedad del resultado final.

El jefe de estado republicano habría de ser de los más corruptos de su partido y no por cazar elefantes, sino por incardinación sistémica y dependencia. En España los adalides de tal elección ostentan las máximas credenciales de sectarismo pasado, presente y futuro. Un jefe de estado de unos españoles contra otros, con absoluta seguridad, mentalidad y encono. Un jefe tribal. Se erradicarían formas, tradición y belleza, historia y cultura, simbología y ensoñaciones, todo lo concerniente a las emociones, a sumar a los argumentos racionales. A cambio: democratismo de base e insustancialidad.

En España, el futuro para los republicanos solo se dibuja en el pasado remoto. La república es la real, no la de papel, sino la del frente populismo y Stalin (que ostentó la hegemonía político-militar). La única que puede prometer la desaparición por fin de toda la derecha (los "fachas" en España).