Viajar te hace cuestionarte banalidades hasta ese momento impensables. Y si generalizar siempre es injusto, heme aquí absorto por la realidad. El otro día, en Madrid, me dio por fijarme en cómo atendía un camarero. A diferencia de muchos de por aquí, aquellos parecen formados en Langley, Virginia, que es la sede central de la CIA. Nada más entrar por la puerta, ya tienen los ojos clavados en ti y además se preocupan por que te des cuenta. Te miran como diciendo: "tranquilo chaval que ya voy a por ti". Mirando siempre al tendido, aquellos camareros se diferencian de los nuestros en que no van mirando al suelo esperando un grito, un chistido o que te levantes a buscarlos tú a ellos. Pero además, los de Madrid son descendientes de algún ancestro de Usain Bolt, porque corren como el viento y a la velocidad de ya, estás atendido y servido.

Y no es que te traigan lo que has pedido, es que además te traen tres cosas más para que lo acompañes sin repercutirlo en el precio. Por menos de dos euros te tomas una caña y una tapa de lo que sea gratis. Y está todo riquísimo. Puede haber mil ayudas a la actitud de los camareros (o de los dueños) que en esta tierra se nos escapan; quizás hasta una subvención al aire que respiran, no lo sé. Lo que sí sé, es que existe otra forma de funcionar y que adoro los bares en los que entras, te sirven con diligencia y te cobran de la misma forma. Y aquí, esos son aún muy escasos.

@JC_Alberto