La semana en que Miguel Blesa acababa su vida de un escopetazo, la cúpula del fútbol español iniciaba el paseillo por el ruedo nacional de los escarnios en una corrida organizada por la Audiencia Nacional. Fue ponerse un guardia civil al lado de Villar y empezaron a llover titulares de apaños, negocios, empresas, desvíos de fondos... en fin, un abanico tan exuberante de supuestos delitos que la noticia no es que hayan detenido a Villar sino que no lo hayan hecho hace años.

Lo de Blesa, de la gloria a la muerte lúgubre en el sillón de un coche, es otra historia. Es la de un país cabreado, de una gente engañada con ganas de linchar a cualquier culpable que se le pusiera a tiro. Porque se frustraron sus sueños de clase media convertida a una nueva, copiosa y falsa riqueza hecha a golpe de créditos fáciles y endeudamiento. Durante un septenio, año arriba, año abajo, nuestro país ha vivido una pesadilla que fue el despertar del sueño del trabajo bien retribuido, de la compra de la segunda vivienda, de los créditos al consumo... El zarpazo de la crisis internacional llegó como un Delta y arrasó con el peluquín de miles de ciudadanos y pequeñas empresas, que perdieron su trabajo para siempre o terminaron echando el cierre.

Para superar la crisis, los gobiernos europeos decretaron un cerrojazo de austeridad. En España eso se interpretó como se hace siempre de los Pirineos para abajo: subiendo impuestos. La medicina milagrosa de nuestros gobiernos fue ahorrar en el gasto publico sobre las costillas de la Sanidad y la Educación y subir los impuestos al consumo y a la rentas del trabajo. Los españoles empezaron a empobrecer repentinamente y la vida se le puso por las nubes. El consumo se fue a freir puñetas y las empresas, sin consumidores, se fueron detrás por el desagüe. Y mientras tanto, el Banco Central Europeo empezó a darle a la maquinita de hacer billetes de cincuenta euros para garantizar las emisiones de deuda de los países. El dinero de los que siempre tienen encontró refugio para la tormenta en las deudas soberanas. España, por ejemplo, casi duplicó su deuda pública en estos años de "austeridad" y ha pasado de los seiscientos mil millones al billón cien mil. Los que nos gobiernan hicieron exactamente lo contrario de la medicina que nos recetaron.

Hace sólo unos días el Fondo Monetario Internacional, ese divertido y poderoso organismo cuyos presidentes perseguían camareras en pelotas por los hoteles de Nueva York, ha recomendado a España limitar el crecimiento de las pensiones al 0,25% y a los españoles que suscriban fondos de pensiones privadas. Y además ha establecido la necesidad de aumentar los impuestos indirectos, el IVA, los especiales (gasolina, alcoholes y tabacos) y las tasas. Es un secreto a voces, para los organismos internacionales, que el sistema de pensiones español es un sistema piramidal que se desmorona y las garras de los grandes fondos ya están pensando en el auge del actual negocio de las pensiones privadas en nuestro país.

En el caso de Canarias, el pasado ejercicio y por primera vez en la historia se recaudó menos de lo que se gasta en pensiones en las islas. No se puede esperar otra cosa con sueldos de miseria y un paro que ronda el cuarto de millón de personas. De postre, el informe DISA realizado por Corporación 5 sobre la sociedad canaria, determina que la renta per cápita de los isleños ha caído del 97% al 82% con respecto a la media nacional. Si en el año 2000 la diferencia era de apenas 700 euros, hoy la brecha se ha ampliado hasta los 4.300 euros. Si a esa ensalada se le añaden los indicadores de pobreza, el aliño queda casi completo.

Es cierto que hemos empezado una lenta recuperación económica. Pero todo puede irse al traste fácilmente. El alza en el precio del petróleo o el fin del apoyo monetario "ilimitado" la deuda del Banco Central Europeo puede encarecer la vida. Y esas dos cosas pueden pasar dentro de no mucho tiempo. Aunque el Gobierno español congele las pensiones -empobreciendo aún más a la gente- la salvación está en el crecimiento del empleo o el aumento de los salarios, cosa que un enfriamiento económico puede cargarse fácilmente. No sólo el sistema de pensiones español está en riesgo de desmoronarse (no hace falta que lo diga el FMI) sino que nuestra tímida recuperación económica puede acabar en agua de borrajas.

Pero ya saben, con los dos o tres euros que les sobren al final de mes, sigan el consejo del FMI y además de pagarle al Estado su pensión (que igual no la cobra) suscriban una privada. En mil años tendrán una pasta.