Se distinguían unas de otras. Las "ventas" se dedicaban a la venta de comestibles, alpargatas, sombreros para el sol, millo, aceite, azúcar y el "gas".

Estaban , allá'' por los cincuenta, la de doña Antonia en la calle El Teatro donde se ejercía el trueque ya que unos huevos del día se cambiaban por pimiento molido o por aceite.

En El Puente la de Felipe Benítez destacaba por su ordenado acondicionamiento y por los debates que en ella se mantenían sobre cuestiones de importancia para la isla. Recuerdo a José P. Machín rodeado de contertulios imbuidos en encendidas discusiones. Mas abajo la de Sinforiano Padrón dedicada a la exportación de frutas y de queso para Tenerife y Gran Canaria.

Avanzando por la calle, la de don Mateo Padrón dedicada a la venta de granos y losa; así como la de Mateo Ayala que gestionaba venta de materiales para la construcción así como temas de escritorio. Más adelante, la de don Domingo Morales y doña Juliana donde se encontraba lo que no tenían las otras; así como la de Nicolás Pérez imprescindible para la búsqueda de los "polvos de arenar" que se utilizaban para blanquear los calderos que se habían tiznado por el carbón o la leña del fuego.

En "la punta de la Carretera" antes de llegar a la curva, junto a un muro que sabia de conversaciones y de amores, la de don Claudio donde se compraban los "voladores", los pequeños de rabo corto y los estruendosos de "cañón". Mas abajo y en los linderos del barrio de El Cabo la de don Gervasio Quintero donde estaba la exquisitez de los mantecados, las magdalenas o quesadillas. Y ya en el Barrio del Cabo , las de doña Dominga, José Barrera y de Antonio Pérez "el relojero" donde se podía encontrar cualquier genero hasta el mas insólito. Y en el Barrio de Tesine la venta de Manuel Álamo, que recordamos , además, como entusiasta arbitro de fútbol de aquella época. Y la de Maximiliano Cejas que la encontrábamos en Santa Catalina, cuando íbamos camino de Pinto.

Las "tiendas" eran aquellos establecimientos dedicados a la venta de telas y calzado, eran las de don Pedro Padrón y de don Pedro Morales en la "calle"; mas adelante la de doña Armenia Castañeda que además de lo mismo, también representaba, como sucursal, al Banco Hispano Americano.

Y las "recovas" se dedicaban a la venta de fruta como la de Juan y la de doña Marusa que funcionaba como estanco, al igual que la de la familia Álamo, donde comprábamos o alquilábamos novelas y colorines. Así como la de mi tío Amadeo.

Cuestiones estas que vienen bien tenerlas en la memoria por su contribución solidaria al desarrollo del comercio de la isla.