Se conmemora hoy la fundación de nuestra ciudad, el día en que comenzó a hacerse realidad "el ejemplo insólito en la historia del urbanismo" que es, al decir de la profesora Navarro Segura, San Cristóbal de La Laguna. Hoy conmemoramos la fecha en que se colocó la primera piedra, digámoslo de esta manera, que haría posible llevar a buen término el trazado totalmente novedoso para la época, revolucionario, de una ciudad no amurallada y con una estructura formal que se ha mantenido sin apenas alteraciones de las líneas maestras que la configuran y ha sido modelo y patrón de una concepción urbana y arquitectónica, reconocida al cabo de los siglos, por su singularidad y valores, como patrimonio de la humanidad.

Ya lo advirtió el profesor Serra Ráfols: las fechas relacionadas con la conquista de las islas son casi todas convencionales y así deben ser aceptadas. Dar como precisas muchas de ellas sería, como apunta el recordado profesor e historiador, empeño inútil. Nunca sabremos a ciencia cierta si los hechos a que se contraen ocurrieron veinticuatro horas antes o cuarenta y ocho días después. Todavía hoy, pese a lo mucho que se ha escrito sobre la cuestión, más de una duda invita a seguir preguntándonos qué momento de qué mes concreto y en qué año indiscutible se fundó San Cristóbal de La Laguna. Convengamos, por tanto, que la fecha aceptable sigue siendo la que la tradición de más de medio milenio se ha encargado de grabar con fuerza en la memoria colectiva, como en compacto y duro basalto.

Esta festividad tuvo en otro tiempo rango insular. San Cristóbal de La Laguna fue desde sus comienzos y durante siglos la isla toda, política y administrativamente hablando. Coinciden en aceptarlo los historiadores: una ciudad isla o isla ciudad, que a medida que se desarrollaba y expandía se iba cuarteando, hasta convertirse en el mosaico de pueblos, pujantes y con manifiesta vocación de futuro, que configuran Tenerife. Nadie podrá disputarle ni regatearle el honor de ser la ciudad madre, la raíz.

En las antiguas ordenanzas, recopiladas en 1670 por Núñez de la Peña, que dio a conocer en 1935 el doctor Peraza de Ayala en una de las primeras ediciones que hizo el Instituto de Estudios Canarios, esta conmemoración, vinculada a la fiesta de San Cristóbal, aparece, en rango, inmediatamente después de las del Corpus Christi, la de mayor pompa de la liturgia católica, y la Candelaria, "a la qual en todas estas islas i fuera dellas se tiene grandísima deuoción".

Se celebraba en la primera parroquia que se erigió en la ciudad y en la isla, la de Santa María de la Concepción. Pero cuando el mercader catalán Antón Joven fabricó a su costa, mediada la primera década del XVI, la ermita que dedicó al corpulento santo en las inmediaciones del lugar en que se aseguraba que ocurrió en 1495 la decisiva batalla de La Laguna, a ella fue trasladada. Luego, el obispo Viruez la fijó en 1542 en las dos parroquias, la citada y la de los Remedios, que se alternaban y rivalizaron, como en tantas otras cuestiones, en darle el máximo esplendor posible. A ella acudía el Cabildo con el pendón real, que era portado por el alférez mayor, sin que faltaran músicos "tocando caxas y clarines", como recuerda Núñez de la Pena; todo "porque en este día -subrayan las ordenazas- se ganó esta isla i por ello esta Ciudad se llama de sant Christoval".

En tiempos de bonanza económica y política no faltaban por San Cristóbal las comedias y las danzas, para lo que se levantaban tablados en distintos lugares de la población, se colocaban talenqueras o vallas protectoras para la lidia de toros, y las calles se adornaban con ramas, luminarias, gallardetes y reposteros. Los fuegos de artificio, traídos en ocasiones de la España peninsular, tampoco faltaron. El pueblo participaba en su fiesta fundacional, una de las tres más importantes del calendario áureo de la ciudad. Hasta que, como le ocurrió a otras festividades, comenzó a decaer y acabó por quedar reducida al traslado de la vieja e histórica enseña a la catedral en procesión cívica y a la de la imagen del santo forzudo, al término de solemne celebración religiosa, en la que el prelado nivariense solía oficiar con la pompa propia de los antiguos pontificales.

Rodríguez Mesa, que con Pérez Morera ha tratado estas y otras cuestiones en el libro La Laguna y San Cristóbal (1996), recuerda que, a comienzos del siglo XX, el Ayuntamiento mostró, una vez más, su voluntad de reavivar la conmemoración, y solicitó del obispo diocesano su concurso. No parece que, a partir de entonces, las fiestas fueran siempre lucidas y solemnes. El periódico La Opinión de Santa Cruz de Tenerife aseguraba en 1905 que no resultaron tan concurridas "como era de esperar". Sin embargo, en 1914, el año de la primera guerra europea, el mismo diario afirmaba que estuvieron "muy animadas" y que, por la tarde, veintiséis automóviles propiedad "de distinguidas familias" tinerfeñas fueron bendecidos por el prelado Rey Redondo en la plaza de la Concepción. Era toda una novedad. En fotografías de la época puede apreciarse la cantidad de público curioso y la animación en las calles ante la inusual ceremonia. Aun no hacía mucho que los primeros coches de motor circulaban por carreteras, caminos y calles de la isla, ante el asombro de ciudadanos y lugareños. Se mantenía aun el tiempo de las carretas y los landó, y el primitivo tranvía, recién inaugurado, era visto por Crosita como "mostruo veloz que devora distancias". No olvidemos los sabrosos versos de Pícar a propósito de la aparición por la ciudad del primer auto que tuvo un célebre personaje lagunero llamado don Juan:

Si acaso vieras venir

el auto de un tal Penedo,

arrodíllate, reza un credo

y prepárate a morir.

Lo que casi nunca faltó en las fiestas de San Cristóbal fue el concierto de la banda municipal o de la banda "La Fe" en la Plaza del Adelantado, y el clásico paseo en su alameda. Algunos años hubo corrida de sortijas, a caballo y en apenas un par de ocasiones en automóvil, todo aderezado con la curiosidad del vecindario deseoso de ver el desfile de la compañía del regimiento de Infantería nº 1, con su escuadra de gastadores y banda de tambores y cornetas, que subía de la capital tinerfeña para rendirle honores al pendón y acompañarlo en el trayecto procesional. En definitiva, unas fiestas más bien descafeinadas, débil reflejo de lo que tiempos atrás fueron.

A diferencia de otros pueblos y ciudades que tienen a gala enaltecer fecha de su nacimiento, de su fundación, procurando darle a las celebraciones carácter popular y de cohesión ciudadana, San Cristóbal de La Laguna, que tiene motivos sobrados para hacerlo, lo ha descuidado, al menos de cierto tiempo a esta parte. Valdrá la pena, piensa este cronista, que las fuerzas políticas que componen el Ayuntamiento lagunero reflexionen de manera sosegada y encuentren la mejor forma de lograr para nuestra fiesta fundacional el esplendor perdido y renovada savia, y, sin demérito de los actos tradicionales que sin solución de continuidad vienen del pasado y han de continuar, pues los envuelve el perfume de más de medio milenio de fiel, leal y noble historia ilustre, adquiera aires nuevos, actuales y vivos, engastándola en la modernidad, en las actuales circunstancias, en consonancia con el renacido dinamismo que San Cristóbal de La Laguna viene experimentando.

¿O no es importante, fundamental e inexcusable, recordar y sentirnos orgullosos, sin complejos ni prejuicios, de nuestros orígenes, del momento histórico en que se pusieron con tanto acierto como audacia los cimientos que hicieron posible que San Cristóbal de La Laguna sea una de las quince ciudades que en nuestro país se precian y vanaglorian de ser patrimonio de la humanidad?

* Cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna