A la tele canaria la miro con nostalgia. Esa con la que se mira a los hijos que han crecido y se han vuelto independientes. Nuestra tele fue fruto del trabajo de un pequeño grupo de buenos profesionales. Lanzaron al agua un barco con todos los vientos en contra y con la madre de todas las adversidades luchando para hundirlo. Pero flotó. Y como toda obra viva, el proyecto, al crecer y hacerse mas grande, se ha llenado de luces y sombras.

Es difícil discutir algunos de sus logros objetivos. Después de dos décadas de existencia, la televisión canaria ha consolidado un valioso espacio de servicio público: esos informativos a través de los cuales los canarios se conocen y se reconocen en su realidad cotidiana. Sólo por eso nuestra televisión ya tendría sentido.

En la parte negativa, es más difícil de justificar que el modelo haya sufrido una extraña deriva en la cual lo más público ha pasado a ser de gestión privada y lo más privado ha pasado a ser de gestión pública. Dicho de otra manera, que los servicios informativos estén en manos privadas y los encargos de producción de programas de entretenimiento sean cosa pública. No tiene demasiada coherencia que casi veinte años después de su puesta en marcha no se disponga de medios materiales y humanos y se siga dependiendo totalmente de una asistencia externa. Ese no era el proyecto a largo plazo.

La ley que el Parlamento reformó es, por decirlo vulgarmente, un mojón. Cuajada de las mejores intenciones articula las peores soluciones. No sirve. Y la estructura de mando de la televisión canaria es inoperativa: con cinco capitanes al mando de una nave lo que se garantiza es que acabará sin rumbo y encallando. La situación del actual consejo rector -sus restos- es un bochorno que debería avergonzar al Parlamento. Y está cogido en medio de una gresca que tiene mucho que ver con ese modelo perverso en que ha derivado la casa; es decir, con los concursos de adjudicación de contenidos. Son contratos con muchos millones de por medio que ponen los dientes largos a cualquier empresa. Esos concursos son la clave de bóveda que justifica que todos los partidos políticos hayan puesto sus zarpas sobre la televisión pública de las islas, que hasta ahora les ha importado más bien poco.

Los partidos no ayudan a que la televisión pública canaria sea cada vez más pública y más canaria. El manejo de las audiencias como manera de medir el éxito de un canal de servicio ciudadano es contrario al sentido común. Una televisión pública -financiada con dinero de todos- debe estar a otras cosas. Su objetivo debe ser la calidad, la cultura, la enseñanza de valores y conocimientos; es decir, temas de una inmensa minoría que está destinada a crecer lenta y pacientemente. Sometida al cotidiano manoseo político de quienes quieren manejarla desde el presupuesto o desde el escándalo, es difícil que nuestra televisión canaria logre regresar a su espíritu fundacional. Donde la mala política pone la mano... todo se envenena.