Ahora pones ese titular, "Al ministro se le cae la cara de vergüenza", y la gente pasa como quien oye llover. Pero en 1970, con Franco allá arriba, con las noticias controladas, con los ministros blindados ante la prensa, y con la prensa presa del poder, era muy difícil abrirse paso con titulares así, pero EL DÍA se atrevió... y se atrevieron otros periódicos nacionales.

Ocurrió en Santa Clara, un barrio entonces igualmente humilde de Santa Cruz. Las autoridades municipales e insulares eran tan negligentes como pueden recordar hoy mismo quienes vivían entonces en lugares así en todas las islas. Ese barrio se convirtió en símbolo, entonces, de tal desidia.

Lo raro es que hubieran llevado a verlo, entre los restantes barrios de la ciudad, al ministro de la Vivienda recién estrenado, Vicente Mortes Alfonso. Pero lo llevaron. Alguien debía ser de allí, con influencia, así que desvió la ruta ministerial y llevó a aquel valenciano grande, religioso, opusdeísta, conservador y buena persona, al barrio de Santa Clara.

El ministro quiso ver las casas, el entorno, todo aquello; y detrás íbamos unos cuantos periodistas y muchos fotógrafos, pues cuando había ministro siempre había más cámaras que bolígrafos, algo que, si se fijan bien, también pasa ahora.

Ahora, y aquí hago un inciso, pasan cosas peores desde el punto de vista de la actitud de los políticos y los periodistas en actos más o menos oficiales. No sé si lo he contado aquí, pero vale la pena recordarlo. En los últimos años de la vida de Pedro González, Carlos Díaz Bertrana organizó varias exposiciones para honrar la obra del gran pintor. Una de esas exposiciones tuvo efecto en La Recova, de ámbito municipal; por esos azares de la vida, estuve en la presentación a la prensa de la muestra del extraordinario artista isleño. Pedro, ya muy debilitada su salud, se sentó junto a la concejal de Cultura que, en efecto, presentó al pintor y muy levemente hizo referencia a su obra. Ante Pedro y la concejal, un amplio grupo de periodistas y cámaras tomaban nota de lo que decía la señora política. Cuando ésta acabó su perorata declaró una urgencia, se levantó de la mesa... y se fue. ¿Y quiénes se fueron con ella? Los periodistas. Y se quedó el pobre Pedro ante la obligación de hablar a solas de sus cuadros, que por otra parte hablaban por sí mismos.

Ha ocurrido siempre, y ocurría con los ministros de Franco que venían a la isla, hasta que vino Gonzalo Fernández de la Mora, pero este es otro asunto. Ahora hablamos de Mortes.

Mortes Alfonso vino con un séquito muy amplio, de ayudantes de prensa, de secretarios, subsecretarios, etcétera; la visita la había propiciado, me parece, Rafael Arteaga Padrón, que fue uno de los secretarios de las Cortes franquistas y que era un buen hombre. No sé si fue entonces cuando le pregunté por unas viviendas que estaban programadas y que nunca se entregaban. Y este fue el intercambio:

-Don Rafael, ¿cuándo van a entregar esas viviendas?

Y él respondió:

-Las entregaremos recientemente.

Fue, además, muy generosa persona, como político y como ser humano. En aquellos tiempos ser generoso era algo más que un atributo.

Y Mortes debía ser una persona consciente de los dramas que vivía alrededor como ministro de la Vivienda, porque al término de aquella visita, dijo, yo lo escuché, yo tomé nota, nadie me lo contó, esta frase que dio la vuelta a España:

-Se me cae la cara de vergüenza.

No era normal, ni es normal ahora, que los ministros, advenedizos o no, sean capaces de decir sinceramente lo que se les pasa por la cabeza ante algo que, en efecto, les produzca vergüenza. Los ministros, las autoridades en general, son (lo eran, lo son) acartonados, propagandistas, felices de estar en el cargo y de ejercerlo, no se les cae la cara de vergüenza ni se les cae una palabra de más si con ello peligra el lugar que ocupan en la historia de la administración o de la política.

Y el ministro se atrevió a decir lo que sentía ante el drama de Santa Clara, tan bello lugar que se había convertido, por la desidia de las autoridades insulares o locales, en un inframundo: "Se me cae la cara de vergüenza".

EL DÍA lo publicó. Antes de que se publicara, hubo algunos incidentes muy de la época. Supieron, por alguna razón, que la franqueza del ministro iba a tener eco en nuestras páginas, y por el despacho de Ernesto Salcedo pasaron las más diversas autoridades provinciales y locales para que eso no apareciera jamás en el periódico. La última de esas visitas la recibí yo mismo. Era el jefe de prensa del ministro, que juzgó importante desplazarse a la calle de Buenos Aires, donde ya estaba EL DÍA, para interesar la censura de lo que había dicho... el propio ministro.

Salcedo, que era más listo que los ratones colorados, debió pretextar que ya el periódico estaba en máquinas y que no se podía hacer nada para evitar que esa información fuera publicada. Como quiera que fuese, Mortes quedó inmortalizado con esa frase, "Se me cae la cara de vergüenza", que al día siguiente apareció en otros medios y, muy destacadamente, en el diario Pueblo, de enorme tirada entonces, propiedad, por cierto, de los sindicatos a los que servía, entre otros, Rafael Arteaga Padrón.

Un año más tarde, Mortes Alfonso volvió a la isla. En el aeropuerto, guardado entonces con mucho celo por las autoridades como lugar donde los periodistas no eran bienvenidos, el ministro requirió mi presencia. Me hicieron pasar, me dio un abrazo el ministro y dijo, ante todos los concurrentes:

-Gracias por contar lo más importante que he dicho desde que soy ministro de la Vivienda.

Los censores presentes hicieron una reverencia, como si ellos también lo hubieran dicho.