Entre las muchas singularidades de Canarias, cabe destacar las creencias y tradiciones -fe y cultura- que, procedentes de las tierras de los colonos arraigaron y tomaron formas propias en nuestros lares. Prueban que el mestizaje no opaca, desfigura o traiciona la identidad sino que, por el contrario, le da sentido y la enriquece. Hasta el 5 de agosto, tenemos el ejemplo expresivo en las claves visuales y sonoras de la Bajada de la Virgen de los Reyes.

Tierra de María Santísima, a Andalucía le debemos las siete advocaciones marianas que tutelan a los fieles de las islas y, aún más, las formas de culto y veneración. En una grata estancia en El Hierro descubrí que, una vez más, desde la blanca Villa de Santa María de Valverde a la más pequeña localidad, los adornos externos nos recuerdan que los herreños de todas las sensibilidades celebran la Bajada cuatrienal que, desde su Santuario de La Dehesa, realiza la venerada imagen desde 1741.

Mis amigos me cuentan las glorias e incidencias de una romería singular en España y en Europa, que viene y vuelve por veintiocho kilómetros de senderos y campo abierto, cultivos y arenales, mientras los tocadores -pitos que aquí son flautas pastoriles- y tambores que resuenan en las entrañas de la tierra y las estancias del aire marcan el paso de los bailarines que, preceden y escoltan a la Virgen en su Silla de Viaje, sin pausa ni descanso mientras suene la sintonía arcaica que se clava en el corazón.

Comparto y valoro con ellos la prodigiosa vitalidad de un voto que toca tres siglos y constituye un hito en el catálogo de las fiestas conocidas, porque hablamos de una expresión folclórica única y un sacrifico voluntario y gozoso de máxima exigencia que, incomprensiblemente, no tiene el reconocimiento merecido por las instituciones internacionales que velan por el patrimonio material e inmaterial de los pueblos. El próximo fin de semana, el 4 y el 5 de agosto, volverá la dulce Patrona a su casa recoleta en La Dehesa comunal y, como a su llegada, lo hará entre pitos y bailes, enérgicos pero, acaso, màs nostálgicos.