En el verano de 1981 cumplió el sueño de conocer el pueblo y la isla de sus antepasados. Tenerife y la Villa de La Orotava se prodigaron en honores y afectos para Rómulo Betancourt, bravo luchador frente a las dictaduras militares, líder de la izquierda y fundador de Acción Democrática en 1941; presidente de la República entre 1945 y 1948, con carácter provisional, y tras el derrocamiento de Pérez Jiménez, entre 1959 y 1964, cuando Venezuela entró en su ciclo más libre y próspero.

En su casona del Calvario, Juan del Castillo fue su anfitrión en la famosa romería de San Isidro y allí, para sorpresa de su séquito, me concedió una larga entrevista para TVE, filmada por Jorge Perdomo. En la distendida conversación, el sabio político respondió sin reservas, con espléndida didáctica y agudeza, a las preguntas libres contenidas en cuarenta minutos. Fue su última declaración pública, solicitada desde la hora cero por los medios escritos y audiovisuales de su país y emitida en su integridad después de su muerte, el 28 del siguiente septiembre.

Con respeto exquisito por nuestra joven democracia, don Rómulo -le gustaba el trato español- enumeró los logros de su mandato provisional -sufragio libre, directo, universal y secreto, garantías a los partidos políticos y lucha contra la corrupción administrativa y la inflación- y de su quinquenio de gobierno tras una brillante victoria en las urnas, concretados en la estabilización democrática, la promulgación de una nueva Constitución, el cese de relaciones con los regímenes ilegítimos y dictatoriales (la llamada Doctrina Betancourt), la reforma agraria, el desarrollo de la industria petrolera y la adhesión a la OPEP y altas inversiones prioritarias en educación y sanidad.

Tres largas décadas después, me resulta inevitable evocar la profecía que, según nuestro ilustre interlocutor, podría poner en riesgo la libertad y el bienestar futuro de sus compatriotas: el cansancio y falta de control de los partidos, y la pulsión totalitaria de algunos militares, multiplicada siempre por sus cómplices civiles. Todo se cumplió, con triste certeza: el desprestigio de la clase política permitió el chavismo, y la rama civil, representada por Maduro, que supera los perfiles bárbaros y desaforados de los dictadores literarios, llevaron al querido país al terror y al esperpento del último domingo.