Resulta lógico que fueran Adán y Eva los iniciadores del turismo, ese fenómeno de masas que incita al ser humano a conocer algo distinto de su entorno habitual. De ahí que por un capricho de la fémina, que se anudó una serpiente al cuello a modo de pañuelo para ir más vanguardista, se aventuraran ambos a hacer un viaje por el este del Edén, a iniciativa de "Viajes Lucifer", que era la única agencia que ostentaba el monopolio de entonces, y que hoy es la causa de que entendamos mejor el endemoniado esfuerzo de su propietario por conseguir clientela, que por cierto era bastante escasa. Y como quiera que fuera, de las lindes del Paraíso resultaba mayor esfuerzo sobrevivir; es comprensible que cada individuo se enzarzara con el vecino para ver quién tenía la razón y el mando absoluto de los destinos propios y ajenos. Así que, como consecuencia de ello, el humano comenzó a expansionarse y a conocer otras culturas ajenas a las suyas, adocenadas con ritos diferentes a los conocidos, que reforzaron aún más esa disensión, por la sencilla razón de que cada cual se consideraba genuino, mientras que los otros eran sólo una mala copia de su credo. De modo que fueron estos los cambios sociales y religiosos que originaron -y siguen originando- los conflictos bélicos más allá de los límites del propio territorio de asentamiento. Y el corolario fue la eclosión del primer turista con ganas de conocer el mundo ya pacificado o descubierto, que ha ido evolucionando de forma paralela con la tecnología y los medios de transporte y alojamiento. No es de extrañar que los más avezados tejieran un entramado de operadores turísticos, orientados a tutelar el desplazamiento voluntario de viajeros con ganas de nuevas experiencias.

Pero ocurre que, como todos los inventos del ser humano, esta modalidad es rehén de su propia estupidez y de los avatares políticos de aquellos que he citado al principio de este comentario, que son los que pretenden imponer su razón por la fuerza de sus argumentos económicos, sociales o armamentísticos. Por ello resulta paradójico que a ese instinto de expansión personal para ampliar conocimientos se anteponga ahora la construcción de muros de separación territorial que impedirán a medio plazo el intercambio social entre muchos países culturalmente diferentes, y como resulta lógico, las primeras víctimas van a ser los propios turistas y el tejido de intereses económicos que gira a su alrededor.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, porque ahora los implicados en esta descomunal tarta económica reclaman una parte cada vez mayor que llevarse a la boca; empezando por los propios gobiernos, como el español, con un Rajoy exultante manifestando que somos la cuarta nación en recepción de turistas, y como tal está expuesta a huelgas de compañías de transporte, de su personal y de los que conforman el organigrama laboral en el sector servicios. Toda una industria aparentemente boyante mientras soplen vientos de bonanza, pero que se puede ir al traste al menor movimiento que desequilibre los pies de barro de su economía. Un patrimonio que raya en la desigualdad y que constantemente origina conflictos laborales y huelgas programadas, porque los empleados menos cualificados quieren que sus salarios estén acordes con la realidad económica cotidiana. De modo que todo lo expuesto hasta ahora resulta una tónica habitual, por la propia condición humana de seguir viviendo con una relativa autosuficiencia. Así que concluyo finalmente con un dato que presumo preocupante, que detecta brotes violentos por grupos políticos extremistas en Cataluña, donde los turistas están siendo maltratados sistemáticamente por exaltados, que son peones manipulados por los propios partidos, orientados a desestabilizar la economía de la comunidad, tal vez para abortar sus propuestas segregacionistas. Así que el ataque a una guagua repleta de turistas en Barcelona, donde fueron amenazados con cuchillos, no ha sido sino la punta del iceberg que puede producir un efecto multiplicador en otras comunidades que dependen casi en exclusiva del turismo, y creo que Canarias no posee sino una economía exportadora de monocultivos en recesión, y prácticamente nada más en el muestrario de haberes, salvo los visitantes que bajan por la escalerilla de los aviones o de los cruceros en su breve visita o estancia en la isla. Creo que la admonición expuesta invita a una profunda reflexión para evitar circunstancias similares a las que están sucediendo en Cataluña, donde la bolsa del turismo está empezando a dejar de sonar.

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