Patología que ha afectado a una treintena de atletas participantes en el Mundial de Atletismo que se ha venido celebrando en Londres. Atletas de Canadá y otros países que residían en el mismo hotel de la capital. Atletas que por tal razón, y por la cuarentena impuesta por las autoridades sanitarias británicas, acabaron en aquel momento con sus posibilidades de participar, alguno de ellos con la expectativa de obtener medalla de oro en su especialidad. Triste fin para unos deportistas que han pasado un largo periodo preparándose para este mundial con toda la ilusión y sacrificio.

Cuando escribo, desconozco si las autoridades sanitarias de la Rubia Albión habrán investigado e informado de las causas de tal afección. También desconozco si los leguleyos británicos, impulsores de las "minioficinas rodantes de reclamación", habrán ido con las mismas a ofrecer sus servicios a los atletas afectados, y aun a los no afectados, para perpetrar todo tipo de denuncias. Especialistas en ello lo son. Demostrado, y sufrido, lo tenemos en Tenerife.

Desde luego, esa gastroenteritis o intoxicación alimentaria ha dado la vuelta al mundo. No es para menos, afectando a un encuentro mundial que, por otro lado, se ha venido desarrollando con una precisión y una asistencia plena al estadio olímpico envidiable. Que los hijos de la Gran Bretaña sean capaces de organizar el encuentro mundial con la seriedad y eficiencia con que lo han hecho no les ha de servir para hacer olvidar que también son unos pícaros. Tanto como nosotros, que a lo largo de la historia tenemos fama de ello y puesto negro sobre blanco por nuestros insignes escritores y poetas, si no más.

Digo lo anterior porque, sabido es, la cantidad de demandas puestas por esos leguleyos de oficinillas rodantes ha sido y es ingente contra establecimientos hoteleros de nuestra isla. Y todas esas denuncias de "intoxicación alimentaria" han sido posibles, además de por esos leguleyos muñidores, por la picaresca de los turistas que han visto en la denuncia la posibilidad de una indemnización que les resultara haber pasado las vacaciones gratis y algún beneficio más.

Espero que nuestros establecimientos hoteleros no se hayan avenido al chantaje, porque sería grave para la reconocida calidad del sector. Y, desde luego, se ha venido a demostrar con la actitud de esos leguleyos y turistas que pícaros y vividores los hay en todos lados. Pasa que unos llevan la fama (nosotros) y otros cardan la lana (en este caso los hijos de la Gran Bretaña).