"¡Buen trabajo!" lo hemos oído infinidad de veces en el cine estadounidense. Viene a significar que episodios del trabajo tienen valor por sí solos. Como muestra del imperativo del deber, y que su cumplimiento gratifica. Supongo que este sintagma pasará desapercibido para muchos españoles, varados en las playas de la pomposa titularidad de todos los derechos. Los españoles en lo que son expertos, como el gran intelecto sindical, es en exigir derechos; muchos pueden pasar sus vidas sin reflexionar sobre obligaciones, pero no sin exigir el derecho que consideren: el que establezcan. Les ocurre igual a niños, mozalbetes e inmaduros. A España ni llegó la Reforma protestante ni Kant, ni la mayoría de edad que impulsarían. Felipe González, un genial reformista, predicaba como un luterano o calvinista el gusto por el trabajo bien hecho.

"Tomé una mala decisión". En España este aserto es imposible oírlo, y sin embargo se escucha con mucha frecuencia también en el cine americano. Aquí el sujeto no es realmente importante en las decisiones y sí en cambio todo lo externo y social, del que es mero apéndice. Recuerdo que ya en los 80 del siglo pasado cuando el Estado del Bienestar se iba consolidando con la educación y la salud gratis, la gente tropezaba con el paro. Todo era por culpa del paro (acechante maleficio actualizado), o sea, más o menos del gobierno (comunidades autónomas), que ni les enchufaba ni les daba trabajo.

Era como un incondicional que todo lo podía, el individuo frente a eso no tenía nada que hacer. Nadie lo cuestionaba, no existía el esfuerzo, sacrificio, riesgo, voluntad, coraje. Pervivía la sociedad del victimismo y el lloro. Nadie se atrevía a decir que "hipotéticamente" existieran vagos, perezosos, ineptos, jetas o desalmados. La sociedad española pudo ser la precursora involuntaria de lo políticamente correcto, con el tallado definitivo del hombre niño, irresponsable de todo. El mundo y la vida se simplificaron a límites espeluznantes; desaparecían no solo análisis y juicios, sino también palabras. Palabras proscritas que nadie osaba pronunciar, mientras cualquiera progresaba a experto sociólogo en paro y su ciego y feroz determinismo.

"Devolver (al final de la vida) lo recibido de la sociedad" es el tercer apotegma, y proviene nuevamente del cine americano. Este tipo de gente integra el voluntariado, la poderosa sociedad civil, la filantropía y sentido comunitario. Aquí dirían con absoluta convicción que a ellos nadie les ha dado nada: ¡eran merecedores de todo! En realidad, desprecian el Estado de Bienestar y sus oportunidades.