Es difícil asociar la nostalgia al tórrido agosto que suma golpes de viento a las implacables subidas del termómetro. Sin embargo, ese fue el sentimiento agridulce que me embargó, por encima de la faringitis y la congestión nasal que me fastidian estos días. La radio y el PC, que son más veniales que la pantalla de cualquier formato, me contaron que, tras una larga patología degenerativa, murió Basilio Martín Patino, nombre grande de nuestro cine, cuyo talento coexistió con su sensibilidad y, ambos, estuvieron siempre al servicio de su compromiso social y su independencia política y estética. Con el eco triste de su marcha -le debemos amplio y justo recuerdo-, aparece en las páginas de cultura y sociedad y en las colas de los telediarios la muerte fulminante de Terele Pávez (1939-2017), acaso nuestra mejor actriz dramática, al fin reconocida y querida por público y crítica y premiada con el Goya y el Feroz de 2013 por su papel en "Las brujas de Zugarramurdi", de Alex de la Iglesia, el director que más la valoró de cuantos la tuvieron a sus órdenes.

Así pues, en el ecuador del verano, la desaparición de estos trabajadores de la cultura contribuyen indirectamente a aumentar la constricción nasal y acentuar el malestar que siempre llega con la evidencia del tiempo transcurrido. Unas jornadas culturales en Salamanca, dentro del relativo posibilismo de los años setenta, me devolvieron el sereno vigor de Martín Patino; y los premios de la Crítica e interpretación masculina para Rabal y Landa, en 1984, la injusticia que se cometió con la doliente y digna Régula (nuestra Terele) de "Los santos inocentes", de Mario Camus.

Hija del falangista Ramón Ruiz Alonso, responsable de la detención y fusilamiento de García Lorca en agosto de 1936, Terele aún no había nacido cuando se perpetró el crimen y, como sus hermanas mayores, Enma Penella (1931-2007) y Elisa Montés (1934), no usó los apellidos paternos en su carrera artística en la que encarnó personajes que parecieron salidos de su biografía, que registró episodios de pobreza, desamor, adicciones, soledad y, a la vez, airada y heroica supervivencia. En ningún caso descuidó su trabajo sobre las tablas y ante las cámaras en las que demostró que, además de madre amantísima y amiga leal, era una estrella con luz propia y con sombras que simularon salir de un sino trágico.