Feliz aquel que enseña lo que sabe,

y aprende lo que enseña.

Cora Coralina

La atención expectante de nuestros alumnos americanos cuando les contábamos vivencias ocurridas, por ejemplo, en el hotel Meliá Princesa, de Madrid, en el mismísimo hotel Mencey de Santa Cruz de Tenerife o, para llevarlos a "su territorio", en el Caracas Hilton, en el Gran Hotel Bolívar, de Lima, el suntuoso Washington Hilton, o del tristemente desaparecido imponente hotel Crillón, de Santiago de Chile, de todas las cuales tenemos hermosos recuerdos -algunos, materiales-, eran un estímulo para seguir profundizando más y más en trasmitirles a ellos esa mística que nos transportaba en el recuerdo a unos escenarios donde la imagen de la eficiencia del célebre Ormazabal -hotel Mencey, Santa Cruz de Tenerife- se prolongaba hasta los diligentes peruanos que nos atendían en el Bolívar de Lima, o aquel salvadoreño del Washington Hilton que nos consiguió una colección completa de los removedores de bebidas de la famosa empresa hotelera, casi sin habérselos pedido y solo observando la atención que le prestábamos al que nos había facilitado por remover el tequila margarita que nos sirviera.

Detalles que marcan una veteranía profesional hotelera que solo se puede conseguir con la experiencia, el estudio, el conocimiento y la práctica de una cultura de paz que tiene que estar presente en toda la actividad turística.

Viene todo esto a cuento cuando, en una primera página de un prestigioso diario de proyección mundial, en su versión digital, aparece con algo de irónica noticia el hecho de que los hoteles pasan a ser obsoletos a través de los años. Fácil es imaginarse la sonrisa de aquellos hoteleros de los "viejos hoteles" que hoy son una referencia turística mundial de la más alta categoría, precisamente por sus años de existencia.

La calidad, la excelencia, la cordialidad y el buen servicio deben ser los emblemas más importantes de la hostelería, para lo cual la veteranía ha servido de escuela en los mejores establecimientos hoteleros del mundo, adaptando las técnicas modernas a sus estructuras, sin dejar de mantener sus más brillantes señas de identidad, tanto en su arquitectura tradicional como en su mobiliario, vajillas, lencería, etc. etc. Todo ello dentro de la más tradicional atención al cliente, que precisamente es el motivo de su existencia. No lo olvidemos.

Corrían los finales de los años setenta del pasado siglo cuando en el diario El Sol, de la ciudad de Maturín, Venezuela, nos atrevimos a publicar una serie de artículos bajo este título de "El hotel, esa casa de todos". Era un poco como sembrar en el desierto, pues en esa ciudad, en esos años, apenas había unos hoteles que, a los efectos de clasificación internacional, difícilmente alcanzarían la más mínima categoría, pese a los esfuerzos de unos propietarios que hacían de gerentes, recepcionistas, camareros y hasta de pinches de cocina si hacía falta.

Sembramos. Más tarde celebramos en esa ciudad un pequeño curso relacionado con el tema, y en alguno de estos propietarios de hoteles observamos cómo había recogido ideas y modelos de lo que habíamos publicado. No fue sembrar en el desierto.

Hechos y realidades que se compaginan con un escenario donde todos quieren opinar sobre el fenómeno turístico, como si su técnica y atención se tratasen de un conjunto de opiniones, cuando la realidad es que la profundización en el tema alcanza cotas increíbles dentro del conocimiento que debe de aplicarse en cualquiera de las funciones de nuestra actividad diaria, en relación a la importancia que debería tener ante la recepción de la comunidad mundial, esa que se mueve a impulsos del turismo, disponiendo de sus privilegios económicos para satisfacción de las clases menos favorecidas. El turismo es riqueza para la persona, para la familia, para la comunidad, para el mundo entero (OMT).

Ocurre, entonces, que un hotel -esa casa de todos-, cuanto más viejo, más debe de poseer los medios para cumplir sus funciones; entre ellos -¡cómo no!-, una presencia prestigiosa, regia y alegre que preste toda su satisfacción a la clientela.

El cuidado y el esmero que se preste en adaptar las técnicas modernas a sus estructuras materiales y operativas no deben afectar para nada la imagen tradicional que motivó su construcción, que, con el paso de los años, tiene que convertirse en una reliquia símbolo de ese desarrollo sostenible hoy tan en boga, en muchos de los casos sin quienes lo mencionan sepan realmente de lo que se trata.

Cumplir años, en la vida de un hotel, tiene que ser un auténtico orgullo.

*Del grupo de expertos de la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas (ONU)