La Yihad, la guerra santa de los musulmanes que persigue acabar con los infieles, ha golpeado otra vez España. Es bueno recordar que todos los occidentales, para estos bárbaros, somos enemigos a exterminar. Y si en la crudeza del dolor causado seguro que estamos todos de acuerdo, en las formas de enfrentarlo no. Las mezquitas al culto más radical están surgiendo como setas en todo nuestro país, adoctrinando a los más débiles. Y mientras obviamos esta, y otras mil realidades más, algunos buscan hoy agujeros en los servicios de inteligencia o en la prevención a la hora de proteger Las Ramblas. Y una vez más es más horror, más vidas perdidas y más momentos peluche. Incluso, como sociedad, nos atrevemos a decir que no tenemos miedo, pero... ¿y qué más? A muchos se nos hace muy difícil entender que nuestra misión sea permanecer impasibles esperando a que la próxima barbarie no se lleve a algún ser querido.

Pero incluso cuando estos desgraciados arrasan vidas inocentes, un ingenuo y extraño "buenismo" instalado en gran parte de nuestra sociedad nos invita a ser absolutamente pasivos contra un movimiento que quiere aplastarnos. Nos invitan a no hacer nada, a no proyectar nada. Y tenemos dos problemas: el del terrorismo, por un lado y, por otro, el del estado zen que algunos nos invitan a transitar tras cada atrocidad. Sé que como la mayoría de españoles no estoy capacitado para aportar alternativas, o que desconozco, entre otras muchas cosas, la dimensión de todo lo que se está haciendo desde dentro; pero aun así y como ciudadano, pregunto: ¿de verdad que no hay otra forma de enfrentar el problema más que esperando a que nos vuelvan a matar en algún otro lugar? Lo siento, pero en esta guerra infinita, yo y mi entorno sí tenemos miedo.

@JC_Alberto