Es loable, y hasta plausible, que una serie de señoras y señores formen parte de la Organización Mundial de la Salud, se reúnan, discutan, dictaminen, aconsejen y presenten a la comunidad internacional informes sobre situaciones nada aconsejables dirigidas a determinadas instituciones. Pero, asimismo, no es tan admirable que todos estos encuentros se queden en agua de borrajas al no influir en los ámbitos políticos a los que van destinados. Y no precisamente por desidias de estos, sino por la inepcia de aquellos que administran la sanidad en distintos países. Concretamente, y por razones de cercanía, nos referiremos a nuestra bienamada Comunidad Autónoma. Y es que, no hay que dudarlo, en Ginebra desconocen cómo funcionan las cosas por aquí en materia sanitaria. Si existiera por allí la más mínima noticia del desastre en la gestión que, año tras año, consejero tras consejero, presidente tras presidente, viene incrementándose en el Servicio Canario de Salud, se adoptarían medidas molestas y necesarias para que brotara una reacción en cadena que sacara a la luz todas las deficiencias con las que tiene que tropezarse un pobre desgraciado al que no se le ocurra otras cosa que la de ponerse enfermo de lo que fuera. Da lo mismo. Aunque sea de un simple catarro que entre en su casa.

A Canarias no ha llegado la costumbre de manifestarse en la calle por la salud ciudadana. Sí, sin embargo, organizar concentraciones para la defensa de un lagarto o de un sebadal. Hablamos de uno de los problemas más graves que pende sobre el vecino de a pie que no exige, con contundencia, la atención correcta que merece su salud, y al que no le queda otra opción que acudir a la Seguridad Social, un gigantesco ente donde se afirma que el enfermo, por el hecho de pagar obligatoriamente durante años y años su cuota mensual, solo tiene derecho a ingresar en las insultantes listas de espera o en los vergonzosos pasillos de urgencias. Y estamos en una sociedad supuestamente avanzada y no en una lastimosa y deplorable situación como la que se malvive y sufre en países próximos.

Hoy día se están generando una serie de actividades extraprofesionales en torno al mundo de un paciente. Y cada vez con mayor entusiasmo. Una enfermedad no es únicamente un trastorno funcional de un órgano. Por el contrario, afecta a toda la persona, a toda su vida y a toda su familia. Y muchos espabilados, a sabiendas de que la sanidad pública no ofrece la tranquilidad que se encuentra en las privadas (cada día menos y menos aún en sábados y domingos), se dedican, con verdadero ímpetu, a la construcción de estos últimos centros donde prima el servicio de hostelería (también cada día peor), por encima del puramente médico. Pero hay más. Las aseguradoras, conscientes de la indefensión de un paciente (entra en juego el negocio), conciertan servicios que ya están colapsados. Eso de que por tener un seguro privado atienden inmediatamente, pasó a mejor vida. También aquí funcionan las listas de espera. Y las urgencias privadas se encuentran ya camino de imitar a las públicas. Y es que los que no caben en las camillas esparcidas por los pasillos de los centros públicos terminan en los privados, con lo cual el espectáculo continúa. De una manera más humana pero igualmente humillante.

En Tenerife, hace siete años, veinticinco mil personas reivindicaban ante el Parlamento de Canarias una ley de salud y sanidad públicas. Por supuesto, inútilmente. La necesaria voluntad política terminó en la papelera. ¿Qué se pretendía? Rechazar los copagos, revisar la sanidad concertada, un plan urgente de infraestructuras, terminar con la precariedad laboral, impulsar la atención primaria, atención a los pacientes crónicos en su domicilio, planes estratégicos de urgencias, salud mental, drogodependencia, rehabilitación y listas de espera. ¿Qué ha hecho el actual Gobierno canario? Atacar a su antiguo socio, los socialistas, que entonces llevaban las competencias en sanidad. La realidad es que hoy Canarias es la sociedad más enferma del Estado. Así lo ha denunciado una y mil veces Guillermo de la Barreda, eminente exjefe de Traumatología del HUC, apartado de su brillante carrera por incómodo, esto es, por decir verdades molestas. Mientras, las atarjeas del Ejecutivo canario actual se tupen de inepcias.