"Felipe VI de España, el Rey normal". Es el título de un libro escrito por el periodista y especialista en temas españoles Jean Chalvidant, que estos días ha comenzado a circular por Francia y que ha alcanzado notables cotas de éxito.

El monarca español, presentado sin tintes hagiográficos pero también como una figura de relieve y de indudable importancia, es visto crecientemente en Europa, creo, como un factor de unidad en un país, España, cuya estabilidad precisamente interesa mucho a la Unión Europea.

Nuestro país está en el foco por muchos motivos. Será por eso por lo que más de ochocientos periodistas de ochenta países se acreditaron para estar presentes en la manifestación de ayer por la tarde entre el paseo de Gracia y la plaza de Cataluña, en Barcelona. ¿Ha sido la última manifestación de (relativa) unidad a treinta y cinco días de la mayor provocación al Estado desde el 23 de febrero de 1981? Puede que así sea, o puede que esta manifestación haya sido el comienzo de algo, porque allí todos entendían, a la vista de lo ocurrido durante toda la semana, en los últimos meses, en los últimos años, que-esto-no-puede-seguir-así.

Y, claro, si alguien tenía que estar allí, centrando la atención de todos, le colocasen donde le colocasen, era el "Rey normal". El jefe del Estado del Reino de España, del que una parte, no creo que mayoritaria desde luego, de los asistentes a la manifestación quiere separarse.

Nunca, en la trayectoria de Juan Carlos I, ni siquiera en aquella noche de mensajes del 23-F, tuvo el jefe del Estado una responsabilidad semejante a la que le ha caído sobre los hombros al ciudadano Felipe de Borbón y Grecia, que sabe que el trono se gana día a día a base de aciertos y de no tener fallos.

Tuvo la semana pasada el Rey una, a mi juicio, impecable actuación tanto en el "minuto de silencio" en la plaza de Catalunya por las víctimas de los atentados del día 17 en Barcelona y Cambrils, como en la visita a los heridos, que alguna autoridad independentista, pienso que equivocadamente, reprochó.

Y es que todo han sido reproches soterrados procedentes de las instancias próximas a la Generalitat esta semana, dirigidos no tanto al Gobierno central o "a Madrid" cuanto al Estado, a España. Y en esos venablos habría que incluir la pasiva casi simpatía con la que desde esa Generalitat se acogían los ataques abruptos a la presencia del Rey por parte de una CUP que se ha erigido como el auténtico árbitro de lo que vaya a ocurrir en Cataluña en los próximos meses... a menos que alguien se lo impida, claro.

El éxito de los mossos a la hora de acabar con la célula yihadista que provocó catorce muertos y casi cien heridos ha provocado muchas, demasiadas, reacciones. Entre ellas, una desafortunada de algunos sindicatos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, quejándose de la falta de información por parte de la policía autónoma catalana. Creo que habrían hecho bien la SUP y la AUGC posponiendo sus quejas -y más aún por no haber sido condecorados por el Parlament- e imitando al Gobierno central, que ha estado en todo momento contenido, llegando incluso Mariano Rajoy a decir ante los micrófonos algo de lo que no estoy tan seguro: que la colaboración entre las policías autonómica y estatal ha sido ejemplar.

Al tiempo, el molt honorable Carles Puigdemont se despachaba con unos ataques tremendos al Gobierno que Rajoy preside, relacionados con la seguridad de los ciudadanos, en el Financial Times, que es periódico que Puigdemont sabe que siempre tiene influencia en los titulares españoles. Una clara provocación en vísperas de la manifestación. Una bofetada a la mano tendida por el presidente del Gobierno central.

No faltaron cronistas que aventuraron que el Govern y la propia Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, iban a tratar de hacer una pre-Diada de esta manifestación, contemplada por el mundo entero; menuda oportunidad para mostrar la "realidad catalana" a los ojos de centenares de millones de personas, europeas en su mayoría.

Luego, la cosa no sería para tanto, pero está claro que es ahora, una vez finalizado el acto de, repito, temo que falsa unidad, cuando se van a evidenciar las enormes grietas, que se harán más profundas a medida que se aproxime el 1 de octubre, fecha para la que, no olvidó Puigdemont decírselo al Financial, la Generalitat ya tiene las urnas. A ver dónde y cómo las coloca.

Acabada la manifestación, va a quedar la imagen del Rey. Un Rey normal, prudente a veces hasta el exceso, que se enfrenta a circunstancias que son profundamente anormales, como se pudo ver ayer, como se ha podido ver a lo largo de toda la semana, tremenda, que hoy concluye.