Las redes sociales están que echan humo con motivo de los atentados en Barcelona y Cambrils. Personalmente, amigos como Pedro de Jaén, Gustavo de Deportes Salud, mi sobrino Paco, Miguel de Brumuza, o el experto en temas de Venezuela, mi vecino Joaquín -que francamente no sé dónde consigue tanta información-, me tienen el "almacén" del móvil lleno hasta los topes. Se anticipan a las noticias que los medios de comunicación informan, y me llegan de inmediato de primera mano, antes de encender la radio o la televisión. Hay quien opina que los medios extranjeros funcionan mejor, al instante, y que los nuestros parecen adormecidos, pecan de inferioridad, o simplemente no se atreven, pero lo que está claro es que la información tarda segundos en llegar con estos métodos tan avanzados.

Es cierto también que en las redes sociales hay quien miente, tergiversa o exagera con un titular, pero en el caso de los atentados de Barcelona y Tarragona ha habido noticias que días después se han confirmado. Por ejemplo, la alerta de la jueza a los mozos con la posibilidad de un atentado inminente tras la explosión de la casa de Alcanar, a la que ellos contestaron, en un acto de suficiencia anormal en un cuerpo de policía, que eso era exagerado. También la investigación confidencial llegada de Bélgica, sobre la posibilidad de ser un peligroso terrorista el imán, cuyos restos estaban en el citado chalet. Información informal, dijeron, y por tanto no la tomaron en cuenta. Un fallo garrafal que la Guardia Civil no hubiese pasado por alto. Dicen que hubo colaboración entre los cuerpos de seguridad, pero lo pongo en duda, pues los mozos parecían instruidos para dar una visión de suficiencia que no tienen, y se notó en la voz encargada de comunicar los hechos, que distinguió entre catalanes y españoles muertos, o que el pobre Pablo Pérez, natural de Talavera de la Reina, fue abatido en un control, cuando en realidad había sido asesinado por un terrorista. Para colmo, la Generalidad estuvo presta en felicitar a sus órganos de defensa y hacernos creer que no nos necesitan y pueden defenderse solos. En fin, que existe una realidad que quiere esconderse, y que se descubrirá cuando salga a la luz el fondo político actual, que ya huele muy mal.

Hace tiempo que el Ministerio del Interior alertó a las dos ciudades más importantes del país de la posibilidad de atentados, pero sus dos alcaldesas, las señoras Colau y Carmena, se pasaron el aviso por el arco de triunfo, pues la sugerencia, según ambas manifestaron, podría conculcar los derechos de los viandantes. Ahora, a toro pasado, han llenado de macetones y bolardos las principales calles peatonales. Como bien afirmó un sacerdote en su homilía, son progresistas, pero ¿qué hubiese pasado si alguna de ellas fuese de derechas? Ya estarían pidiendo su dimisión o mandándolas al paredón.

Este triste suceso se puede analizar desde muchos puntos de vista, pero el primero es que hubo quince fallecidos, y que muchos heridos y sus familias pasarán un largo y triste calvario. Que no nos engañen con el fingido panorama colaboracionista, porque la situación no va a cambiar. La Generalidad tiene en su casa un socio de gobierno que no ha firmado el pacto antiterrorista, y no sé qué pintan de observadores. ¿Están para pasar información y chivarse de las decisiones que toman los cuerpos de seguridad del Estado? Sería el colmo. Experimentado en el quehacer diario de la vida, la verdad es que todo me suena a chamusquina, y hay escenas que ni siento ni creo, como el dolor de ese musulmán abrazando a los padres del niño asesinado. Me llamarán insensible, pero esas lágrimas de cocodrilo en nombre de la comunidad musulmana me parecen falsas. A lo largo de la historia han demostrado estar llenos de odio y rencor; son una minoría, pero no asumen haber sido expulsados siglos atrás, como también lo fueron los judíos, a quienes no he visto poniendo bombas o matando a ciudadanos católicos.

Vivimos en una Europa blandengue que no reacciona, y llenar las calles de velas, flores y mensajes no es suficiente. El gobierno nacional evita subir la alarma por no meter al ejército en Barcelona. Quiera Dios que no tenga que lamentarse.

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