Con la memoria y el pulso alterados por un crimen que hiere a toda conciencia honesta y/o sana, recupero papeles y lecturas aplazadas; entre estas brilla una columna de Ian Gibson en El País, a propósito de la proyectada purga de "españolistas" en el callejero de Sabadell, basada en el informe de un historiador (es un decir) sin otra biografía, currículo académico o laboral que sus vínculos remunerados con organizaciones separatistas.

Por encargo del ayuntamiento, regido por ERC, Podemos, CUP e ICV, y el corta y pega manipulado de Wikipedia, tópicos resentidos y ánimo acomplejado, Josep Abad Sentís acuñó un descubrimiento capital para la historia y la cultura: Lope de Vega, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Pedro Calderón de la Barca, Fernández de Moratín, José de Espronceda, Gustavo Adolfo Bécquer, Mariano José de Larra y Antonio Machado "son hostiles a la lengua, cultura y nación catalanas". En el lote censurado por este preclaro intelectual -aún sin oficio, gloria presente y futura de su patria natal y de Europa en su conjunto- figuran también Francisco Pizarro y Agustina de Aragón, Rafael de Riego y Dolores Ibarruri y, para no dejar huérfano el capítulo plástico, Francisco de Goya, acaso porque se negó a pintar a la familia del molt honorable Pujol.

El escrito -de algún modo hay que llamarlo- del iletrado Abad i Sentís (la conjunción copulativa la ganará por patriotismo) es una alucinada fusión de ignorancia, estulticia y aldeanismo y una fuente de risa general si, detrás del diarreico delirio (por el que cobró seiscientos euros), no estuviera el consistorio de una ciudad culta y próspera. Ante el ridículo y la escandalera, el alcalde vallesano se apresuró a garantizar que Antonio Machado no perderá su plaza, pero algunas fuerzas políticas de la coalición insisten en la depuración de "los franquistas" (para el eminente Abad los reseñados lo son) y, al paso que van y con el asesor que se gastan, llegarán hasta las Navas de Tolosa y, aún más, hasta las comunidades de Atapuerca.

De este asunto ridículo nos queda la documentada relación de la última estancia de don Antonio -el bueno, en el mejor sentido de la palabra- en Cataluña; un regalo de Gibson, una flor nacida a la orilla de un estercolero puntual y resentido para iluminar incluso a quienes no lo merecen.