En época de la Dictadura, en la ciudad y la Isla toda, existían claramente localizados e ignorados una serie de consumidores de marihuana, fumada preferentemente, que no dudaban en exhibir el pintoresco "peto" ante ojos ajenos. Tal es así que conocía a un ayudante de carnicero, casado él, que no dudaba en fumarse un canuto cada vez le apetecía. De modo que, enardecido por sus efectos, manejaba los afilados cuchillos con una precisión milimétrica, cortando los bistecs con un grosor tan similar que no hacía falta ninguna máquina de precisión. Y una vez despachado el cliente afortunado -que se podía permitir su consumo en época de racionamiento-, tomaba las de Villadiego y se subía a una moto imaginaria, como un ángel del infierno, para circular por las calles chicharreras imitando el sonido del motor con la boca. Que yo recuerde, murió de viejo y no de un accidente de tráfico, que hubiera sido lo lógico por el riesgo que corría. Tampoco recuerdo que "la Chivata" -el coche escoba municipal de borrachitos, engrifados e indigentes- lo hubiera transportado al calabozo sito en un lateral de Méndez Núñez. De modo que hasta pasado un tiempo en que su consumo era materia de exsoldados mercenarios, lobos de mar muy navegados o emigrantes regresados de otros países, puede decirse que este pasó desapercibido, atribuyéndose a marginados de poca monta.

Pero como todo tiende a evolucionar, a veces de forma negativa, surgen las costumbres y modas nefastas, que tuvieron auge en los sesenta con aquellos componentes de pelo largo que rompieron los moldes al ritmo del rock, y que incluso se atrevieron a componer canciones con letras alusivas al nirvana generado por su consumo. Y como era obvio, surgió su hábito como una moda progresista que dio alas a los traficantes de estas sustancias, creándose una serie de redes internacionales que están hasta políticamente reconocidas por los países donde se genera su producción y elaboración, como una fuente más de ingresos económicos. Pero como todo el que presume de progresista hace alarde de su condición, y no se corta a la hora de manifestar ciertas virtudes terapéuticas del cannabis, esa planta madre de todas las sustancias derivadas, transformadas químicamente para hacerlas más lesivas contra la salud, que hoy se tolera en asociaciones del seno de países centroeuropeos, legalmente autorizadas para su venta y consumo posterior con la excusa terapéutica, podemos decir hoy que, a impulso de la inercia de otros países, el nuestro terminará por autorizarlo. Así que no es extraño que una supuesta asociación, carente de permiso de venta, haya elaborado una pasta para fabricar galletas y caramelos a modo de sustancioso postre para meriendas o simplemente para llevar en el bolsillo o en un bolso de mano para compartirlo con quien lo quiera. Puestas a la venta en un establecimiento de una calle concurrida de Arona, con gran afluencia de compradores, posiblemente por causa de un chivatazo y por el singular olor que despide, fue olfateado por policías de paisano que se personaron en la tienda e intervinieron la "mercancía" a la venta. De modo que, por el momento, esta operación está paralizada hasta que los hipotéticos clientes encaminen sus pasos en otra dirección.

Como carezco de conocimientos científicos para juzgar si sus consecuencias son lesivas para esta sociedad, aunque resulta meridiano que produce adicción, presumo que más de un progre va a alardear de este consumo llevándolo a cualquier "party", boncho o botellón, porque resulta habitual entre la juventud, que hoy se lo fuma e intercambia como un gesto de amistad.

De aquel ayudante de carnicero de antaño, ha llovido bastante a pesar de la sequía pertinaz; incluso aún conservo algún amigo que lleva muchas décadas enganchado a su consumo desde la mal llamada década prodigiosa. Un tiempo testimonial que ha servido para hoy predicar y practicar sin permiso con el ejemplo. De modo que, aunque parezca grosero, disculpen si no los invito a merendar con un postre, ni a chupar un caramelo para aliviar la tos.

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