Esta de periodista es una profesión de riesgo, no tanto como la del que trabaja en las minas, por ejemplo. Pero es de riesgo. Siempre hay sicarios, defensores oscuros de oscuros intereses, apuntando con sus armas al mensajero. ¿Dónde está el mensajero, que lo mato? A veces con esos aires mafiosos que, en efecto, han trasladado el cine y la literatura, y la vida, y otras veces con la simpleza del soplo, el aviso, etcétera. "Que Fulanito te está buscando". "¿Qué le has hecho a Fulanito?" "Fulanito te busca para darte un recado, ándate con ojo".

Con otros aires, le está ocurriendo al director de El Periódico de Catalunya, un buen periodista, Enric Hernández. Minucioso, tranquilo, experto, que maneja desde hace un lustro un periódico que nació con la Transición y que ahora, en un momento crucial de Cataluña (y de España) juega un papel incómodo en el muy querido país en el que nació.

Lo que ocurre con su periódico es que no ha abrazado la causa independentista; no es que la ataque porque sí, pero sí le saca los colores cuando esa causa que reclama la secesión en su larguísima relación con España se sale del tiesto. Que es, a mi juicio, muchísimas veces.

Esta vez el asunto es tan serio que al director, a Enric Hernández, le están buscando mucho más que las cosquillas. Hay en las redes sociales, contra él, reclamaciones más o menos veladas de persecución e insinuaciones tan graves como las que se pueden propagar contra la vida de las personas.

Y todo porque él recibió y contrastó una información muy delicada: que un aviso de autoridades contraterroristas norteamericanas, enviado el 25 de mayo último, había alertado a la policía española y a los mossos catalanes de que un atentado como el que finalmente ocurrió en Las Ramblas de Barcelona estaba en preparación. Según informaciones seguras que aún no han trascendido en todo su rigor, a Hernández le habían llegado detalles de ese hecho a partir de personas de mucha relevancia, que estaban entre las que ahora arremeten contra él por darle curso a lo que parece tan cierto como que él se llama Enric Hernández.

Él dio la información, la sustanció durante varios días, con detalles tan nimios, pero tan sacados de quicio, como que él no dio exactamente la nota emitida por aquellas autoridades norteamericanas porque la fuente que se la hizo llegar consideró inoportuna esa simetría. Ha dado igual cualquier aclaración, cualquier prolongación periodística por su parte: primero las autoridades catalanas (las políticas y las policiales), enseguida los periodistas que viven esperando que pase lo que les gusta que pase, y después los que quisieran que Enric se callara para siempre, por métodos naturales o por cualquier otro método, lo han perseguido como si el mensajero, el periodista, fuera peor que los que causaron el desastre de Las Ramblas.

No asusta tanto la persecución política o policial contra el compañero Enric; eso no importa tanto ni asusta tanto como esa persecución periodística que ha ido contra el director de El Periódico. Resulta que muchos compañeros, especialistas en disparar contra cualquiera por cualquier indicio, han terminado pidiéndole tanta precisión a Enric Hernández que se diría que ellos, expertos en magnificar rumores, en desviar la atención sobre lo que les ocurre a sus amigos para que parezca que no les ocurrió nada, están inventando ahora el verdadero periodismo.

Lo hacen, lo han hecho; esos periodistas expertos en ser mejores que su sombra han mostrado esas cartas que han renacido con el poder de las redes sociales: son infalibles y están esperando, con su pistolita, a que se equivoque el compañero. Y cuando no es seguro que se haya equivocado siguen disparando para que no levante cabeza.

Ay, periodismo, qué barbaridades se hacen en tu nombre.