Hay abierta en el TEA de Santa Cruz (hay otros TEAS chiquitos, y me dicen que habrá más: ojalá que los haya en el Norte, en el Sur, que haya más escuelas, que haya más bibliotecas) una exposición que me ha llenado de orgullo y de alegría: la que reúne la obra y la vida de dos personajes entrañablemente relacionados con lo mejor de la vida de Tenerife: Vicente Saavedra y Javier Díaz Llanos, arquitectos. Hay gente imprescindible en la vida: familiares, amigos, profesionales, políticos, intelectuales, escritores. Ellos dos están muy alto en la lista.

La exposición se llama Materia contemporánea y podría haberse titulado Proteína pura. Así, proteína pura, llamaba Rafael Azcona a aquellos personajes a los que no les sobraba ni gota de grasa, capaces de generar proyectos e ilusiones sin que éstas entorpecieran la vida de los demás. Eran, en el juicio de Azcona, seres puros en el mejor sentido de la palabra: hacían lo que tenían que hacer sin perjudicar a los otros. Mi amigo Pepe Toledo, otro personaje proteína pura de la isla, solía recitar unos versos de origen desconocido, en inglés. Creo que él se los atribuía a los Beatles, y decían más o menos esto: "Sé lo que quieras ser, haz lo que tengas que hacer, siempre que no hieras a nadie".

Y de ese género están hechos estos dos arquitectos grandes que además son grandes arquitectos. Javier es imponente, altísimo, tiene en la cara la bondad de los que escuchan. Te da la mano y se lleva la tuya, como si la suya fuera un universo y la tuya fuera una isla chiquita. Vicente habla más, es didáctico y convincente, apasionado con lo que pone en marcha (recuérdese su intervención decisiva en la organización de la primera y única Exposición de Escultura en la Calle) y apasionado también por lo que emprenden los otros. Javier es directo, te dice lo que tiene que decir, Vicente te dice, además, lo que está alrededor de lo que explica. De esos caracteres tan particulares ha surgido una figura única que, de broma, he llamado siempre Vicente Saavedra Díaz Llanos. No es raro que esa conjunción haya convocado esta reflexión de Vicente: "Han sido cincuenta años sin tener una discusión, cincuenta años de complicidad, de dedicación a fondo a esta profesión que es vocacional".

Son complementarios hasta en la risa y en la sonrisa: cuando uno ríe el otro sonríe, y viceversa. Son dos tipos serios que nunca han aparentado lo que no son. Y así es su arquitectura, como sus personalidades complementarias, proteína pura, materia contemporánea. Han sido arquitectos en las islas, estudiantes fuera de ellas, su aprendizaje dura hasta ahora mismo, y la muestra (organizada por los comisarios José Manuel Rodríguez Peña y Rafael Escobedo de la Riva) muestra esa solidez contemporánea que marca el trabajo de esta pareja insólita entre las parejas que ha dado la arquitectura de nuestro siglo XX. Ellos son fieles a la mejor tradición de la arquitectura (y del arte) de las islas, que tanto tuvo que ver con el racionalismo, y con la ruptura del racionalismo, y con todas las artes contemporáneas que han pasado por las islas y se han quedado ahí como estandarte cosmopolita de su carácter.

Los conocí, como a todo el mundo que conocí a principios de los años 70 del siglo XX, gracias a mi trabajo en EL DÍA. Los entrevisté muchas veces, en especial porque fueron los autores de una bomba pacífica que tanta cultura irradió en las islas, el Colegio de Arquitectos. Y los entrevisté siempre que pude, porque en ambos, en Vicente y en Javier, hubo siempre, y la hay, una capacidad intelectual, que permanece intacta, para hacer el bien, para pensar a favor del bien, y para hacerlo bien.

No es común que dé rienda suelta a este recuerdo, pero jamás olvidaré que los dos (y otros buenos amigos suyos y míos), además, se desprendieron de su sangre para ayudar a mi familia en momentos verdaderamente graves de nuestras vidas. Eso no se olvida jamás, está en mi mente.

Pero ellos tienen, naturalmente, muchas cosas inolvidables. Y están en la exposición. La exposición misma es un ejemplo de lo que nos pasa a los veteranos cuando nos ponen delante de lo que hicieron otros. En aquel tiempo de EL DÍA yo tenía algo más de veinte años, o algo menos, y ellos tenían tan solo una década más; en un mundo acolchado por la dictadura, fueron capaces de importar su conocimiento adquirido fuera de las islas e imponer entre nosotros un pensamiento y una acción rabiosamente contemporáneas.

Desde los años 60, cuando ponen en marcha (con otros) la admirable urbanización Ten-Bel, Javier y Vicente abrazan como materia prima de su trabajo la seriedad y el rigor, el aprendizaje perpetuo. Nosotros, claro, éramos más jóvenes, los entrevistábamos como si fueran ya veteranos, y en efecto su aspecto, sus palabras, su manera de ser era entonces, como ahora, un peso intelectual, relacionado con la arquitectura primordialmente, que tenía que impactarnos, como impactaron a sus compañeros de oficio que ahora los tienen como maestros.

Han tenido premios y seguramente han tenido castigos; han sido llamados a irse, y se han quedado allí de donde son. La arquitectura canaria ha tenido una suerte que no han tenido otros oficios: ha acogido a excelentes profesionales, en un clima de gran cooperación y de respeto. El símbolo son ellos dos. Pero son, sobre todo, los exponentes del equipo que, con Vicente al frente, y con Rubens Henríquez, el gran Rubens, al frente, puso en marcha el símbolo, ahora durmiente, de lo mejor que nos pasó a los que ahora ya tenemos mucho para recordar: la Exposición Internacional de Escultura en la Calle, la inauguración del Colegio de Arquitectos y algunas cosas más que ahora no estaría mal que se pusieran en valor.

Matería contemporánea, sí. Y proteína pura.