Lo siento. De verdad lo siento mucho. No se me ocurre otra forma de comenzar. Sí, acertó. Por eso le pido perdón las veces que usted crea necesarias. Es una tortura china. Este goteo permanente y eterno me está dejando sin ganas de saber nada, de preocuparme por nada... y hasta -lo que es peor- que me sea indiferente. De que me dé exactamente igual que Cataluña sea una gran nación, una nación de naciones, una república bananera o un puticlub. Pero que no me lo metan más por las narices, por los oídos, la vista o ningún otro órgano receptor. Ni como chiste ni como broma. Así de claro. Esta será mi única y última reflexión sobre el independentismo catalán.

En mi opinión, dos han sido sus triunfos: uno, que han convencido a casi la mitad de su población con un eslogan tan falso como ramplón: "España nos roba". No Pujol & family, o Millet, Montull y Cía, por ejemplo. El otro, que parte de la base del primero, es hacer creer al resto que ese 47,7 % de catalanes que están juntos por el sí representan a toda Cataluña.

A sendos triunfos se ha llegado porque el Gobierno de Rajoy ha actuado con negligencia en un asunto capital. Esto se arreglaba en el año 2014 con un golpe de autoridad que el Ejecutivo fue incapaz de explicitar. Era fácil porque se había incumplido la ley de modo flagrante. Y la ley es igual o ha de serlo, para castellanos, andaluces, canarios o catalanes. Llegados aquí, cabe aún la reflexión para desmontar sin grieta alguna las grandes falacias -y desgracias- de los independentistas catalanes. Son xenófobos. Es decir, odian al otro. Pero el otro somos nosotros. A los demás los aman hasta un punto ciertamente empalagoso. Piense usted, lector, en la manifestación tras los atentados de Barcelona: muestras de rencor al rey, ni una sola pancarta contra el terrorismo, y demostraciones constantes de afecto al islamismo. Algunos llegaron a decir que los asesinos eran "unos buenos chicos, integrados". No puedo sentir más que aversión ante este comportamiento. Pero no ante los catalanes, entre los que cuento a miembros de mi familia, muchos amigos y a mi equipo de fútbol.

Amo Cataluña, a donde voy menos veces de las que quisiera, pero desprecio profundamente el independentismo catalán, como ideología contraria a la convivencia: esa que nos ha costado tanto. Ellos la detestan. Por tal motivo actúan como políticos totalitarios. Se cargaron en una sesión delirante los derechos de los demás diputados, que representan también a la ciudadanía catalana. Lo califican las crónicas como esperpento. La sesión del miércoles fue, sin más, un acto despótico y arbitrario. Simplemente, antidemocrático.

Y además de xenófobos, falsos. De ahí parte su credo, de la mentira. Porque ni Cataluña fue Estado en el pasado, y aunque lo fuese, de ello no se deduciría su derecho a la secesión, ni perdió su independencia en 1714. ¿Cómo es posible que nadie haya hecho nada en el sistema educativo para que los maestros contasen, sencillamente, la verdad? Cataluña, que participó activamente en la historia de España -de los tercios de Flandes a Lepanto- tampoco es mejor que el resto. Ni fue más antifranquista que Asturias, por ejemplo. Sino al revés. Pero, de Cambó y de la Liga Catalana, los independentistas solo narran lo que les interesa. Xenófobos, totalitarios y falsos. ¡Hala! A setas, que estarán a punto de salir. Y usted... perdone.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es