Traigo al recuerdo, pese a su fallecimiento en 2014, al P. Antonio Roldán, que ocupó una etapa singular en la Escuela Pía aragonesa. Sacerdote sencillo, natural y humano. Nacido en 1925, de una familia modesta, cerca del colegio de los escolapios de la calle de General Franco, de Zaragoza, y del hospital de Nuestra Señora de Gracia, que dirigió su padre, encargándose su madre de la Pensión María.

No fue fácil su vida de estudiante, estudiando en el Colegio de Santo Tomás. Los últimos años de su vida los pasó en la Residencia Betania. Ingresó en el noviciado de Peralta de la Sal (Huesca), vistiendo el hábito calasancio en 1940. Con gran dignidad sacerdotal. Destacó no sólo en sus clases de Geografía e Historia, sino en una visión cercana a los lugares de su ministerio, con referencia a las basílicas del Pilar o la Seo, o en las MM escolapias del Arco de San Roque, donde celebraba para las colegialas misa diaria. Nosotros le ayudábamos, como fámulo del Colegio de Escolapios de la calle General Franco. No olvidaré su destreza apostólica, su humildad y su sentido de lo humano en la visión calasancia.

Pasaría pronto como asistente del P. Provincial, con lo que sus valores humanos y calasancios se extendieron a toda la provincia. Luego provincial de Aragón en 1973. Seguidor del Concilio Vaticano II, su etapa fue singular para toda la historia de las Escuelas Pías en España y en el mundo.

*Académico