Jamás, que recuerde, los vertidos de aguas residuales al mar han ocupado un lugar de privilegio en el debate sobre el estado de la nacionalidad del Parlamento de Canarias. De ahí que escuchar a sus señorías hablando en términos apocalípticos de lo que vertemos al mar resulte hoy tan poco creíble.

En realidad, los políticos se han convertido en una correa de transmisión de los debates que emergen en la sociedad alimentados por las cianobacterias de las redes. Han renunciado a ser la punta de lanza de la sociedad, las aguas limpias que debemos beber los ciudadanos. En vez de crear tendencia, se apuntan a los bombardeos fecales. No son la locomotora intelectual de nuestros tiempos, sino el vagón de cola que resulta arrastrado por la fuerza motriz de las compulsiones.

Cada cierto tiempo surge algún tema que nos ocupa histéricamente durante algunas semanas como si fuera la única cosa importante que existe en el mundo. Ahora estamos en la moda del "Mira quien caga", concurso endémico canario. Discutimos con un asunto que parece tener una enorme trascendencia y moviliza toda la atención de casi todo el mundo. Luego las luces se van apagando. Los actores abandonan el escenario. Cae el telón y ya no volvemos a acordarnos del asunto.

Desde las torres eléctricas de Vilaflor al chapapote que iba a invadir nuestras playas, desde el control de la población residente a los papeles de Panamá, desde el maltrato animal al derrumbe de un edificio en Los Cristianos, desde el telurio al fuego de los montes en verano, desde los vientos huracanados del Delta a los agujeros de Güímar, nuestra vida son las modas a cuenta de una catástrofe natural o un desastre por imprevisión o chapuza humana. Los temas polarizan la opinión a velocidad vertiginosa y ocupan la práctica totalidad de la atención informativa y política. Y luego se diluyen en el olvido.

Es un hecho que, como decía Azaña, los gobiernos en España gobiernan contra la oposición y la oposición intenta provocar el desgobierno de los gobiernos. Aquí no funciona un debate constructivo en el que la responsabilidad de administrar los bienes públicos se reparte entre los que mandan y los que proponen soluciones alternativas. Un dato: ni uno sólo de los políticos que han despotricado contra el Gobierno canario en torno a las microalgas y las aguas residuales ha ofrecido una solución razonable al problema. Entre otras cosas porque el objetivo no es resolver el problema, sino rentabilizarlo electoralmente.

Casi todos los partidos políticos presentes en el Parlamento han tenido o tienen responsabilidades de gobierno en los municipios donde se vierten al mar las aguas fecales o industriales de la actividad de la población. Ninguno de ellos ha denunciado con anterioridad a este verano la escandalosa falta de inversiones en el tratamiento de las aguas residuales. El debate nace en el légamo pantanoso de las redes sociales. Eso es lo que es hoy el Parlamento y la política. Un eco del guasap.