La historia del conato de independencia de Cataluña, que cada día aumenta de temperatura, tiene a la afición expectante. Y la pregunta que se hace todo el mundo es qué va a pasar. Hay quienes piensan que la vida real imitará la ficción, donde las tramas suelen terminar de forma explosiva y violenta. Otros consideran que todo acabará en agua de borrajas y que la tensión se diluirá, después del primero de octubre, en una intensa frustración catártica.

El hecho es que los independentistas se han embarcado en un viaje sin retorno. El referéndum saldrá o no saldrá, pero al día siguiente amanecerá sobre una comunidad escindida y una clase política para la que no existe otra salida que perpetuar el desafío como la única forma viable de mantenerse vivos.

A estas alturas parece bastante probable que el Gobierno central ejerza toda su fuerza y utilice todos sus recursos para evitar que la consulta llegue a celebrarse como tal. Pero es difícil anticipar cómo se ejercerán los poderes del Estado para evitarlo. Dicen que lo que busca Puigdemont es una víctima. Sin llegar a la exageración malvada, el pulso de los secesionistas va a provocar situaciones de extrema tensión.

Hasta ahora lo que ha caído sobre los independentistas es la amenaza del peso de la ley. Hay toda una batería de actuaciones que desembocará en causas penales y civiles sobre quienes desobedezcan las leyes, malversen caudales públicos o se impliquen de cualquier manera en la celebración de actos ilegales. Pero esas son actuaciones diferidas. Lo que la gente espera -¿y desea?- es que se impida hacer el referéndum. Y ese es el choque escénico más esperado. El de mayor morbo. Porque simboliza el enfrentamiento de quien quiere hacer algo y quien dice estar dispuesto a impedirlo.

Pero esto, desgraciadamente, no es una serie de televisión. Rajoy está atrapado en la coyuntura de tener que impedir la votación, pero sin que se produzcan actos de violencia. Y ambas cosas podrían ser incompatibles. Los que muchos tememos es que el día uno de octubre, si finalmente se quiere evitar físicamente la escenificación de la consulta, se produzcan graves incidentes. Hay sectores del independentismo, especialmente en las organizaciones juveniles, que están dispuestos a provocarlos. O dicho de otra manera, que están dispuestos a que nadie les impida acudir a una urna a votar por la independencia de la república catalana.

El enfrentamiento no acabará, ni mucho menos, ese día. Pero lo que ocurra a lo largo de esas horas marcará el sesgo del futuro. Los independentistas saben que la guerra legal está perdida. Que las leyes de desconexión del Parlamento catalán son surcos en el mar. Necesitan la calle. Necesitan liarla. Porque la batalla que quieren ganar, como el suflé, necesita de una levadura épica que sea capaz de arrastrar tras de sí a la mayor parte del pueblo. El árbol de la independencia se riega mejor con sangre. A eso están jugando esos necios.