Desde hace años parece que acaparan la mayor concentración de público y ventas allá donde se instalan, pues ofrecen toda clase de productos, entretenimiento para grandes y pequeños, zonas de hostelería, y entre otras ventajas, aparcamiento gratuito. Simplemente pasear por sus tiendas es una buena distracción para jóvenes y mayores, y van unidos a una gran superficie de supermercado que consigue que el consumidor entre llamado por el reclamo de sus grandes ofertas. Por eso el centro de las ciudades ha perdido parte del interés del ciudadano, lo que en otros tiempos no pasaba. Ahora te adentras en cualquier zona donde se concentran los centros comerciales y puedes observar al público ensimismado cómo se agolpa para entrar y disfrutar de ellos.

Personalmente nunca me han atraído estas aglomeraciones, así como tampoco fiestas populares masivas como los carnavales. Huyo de la muchedumbre y prefiero disfrutar en casa con mi periódico, un libro o buena música. Respeto que a la gente le guste pasearse en busca de gangas, pero reconozco que debe ir con el carácter y forma de ser de cada individuo. Fui joven y asistí a bailes, fui carnavalero y disfruté de esa época en la que eran las Fiestas de Invierno, porque los carnavales estaban prohibidos, pero conforme avanzaba en edad me adapté a las circunstancias del momento, así que me enamoré y me ennovié con el fin de poder casarme y formar una familia, como hicieron mis hermanos, mis padres, mis abuelos? Así era la sociedad y con esa idea maduramos, sin cuestionarlo todo, pues se aceptaba esa forma de vida de buen grado. Ahora prima más lo negativo que lo positivo; no es que lo vea todo mal, pero se piensa más en divertimento que en tener responsabilidades, y se alarga mucho el momento de crear una familia, nada digamos de tener hijos, como mucho uno y no antes de los 35. Mi mujer a los 32 ya había dado a luz de los seis, y no nos arrepentimos, ahora ya son todos maduros y afrontan este futuro de incertidumbre desde otro punto de vista. Nos preocupa mucho el rumbo que está tomando la vida, pero sabrán afrontarlo.

Parece que me he desviado un poco del contenido de hoy, así que sigo hablando de los centros comerciales. Los visito poco, algunos incluso hace años que ni piso, y solo voy muy de vez en cuando al El Corte Inglés y cada mes y medio a Meridiano, pero porque aparco allí para ir a cortarme al pelo a mi barbería de toda la vida, que está en Calderón de la Barca. Luis, mi peluquero de más de cuarenta años, siempre me pregunta que dónde dejé el coche, porque me he perdido en varias ocasiones, pero ya di con la solución, aparcar cerca del ascensor o sacar una foto y apuntar la planta y el número de plaza de garaje.

Al centro que sí voy habitualmente es al de Punta Larga en Candelaria. Compro el periódico, pongo la Primitiva, me tomo un café y observo a la gente. Tiene un Hiperdino con precios factibles, pero la compra de casa nosotros la hacemos en Supercor, porque la traen a casa y porque compensa la diferencia de precios al pagar con la tarjeta del propio centro. Lo que me gusta de Punta Larga es que hay casi de todo y puedes ahorrarte la gasolina de bajar a Santa Cruz o subir a La Laguna. Puede que quizás le falte renovación o algo de promoción, algunas tiendas han abierto y han desaparecido en muy poco tiempo, lo que lleva a ver algunos locales vacíos. El cine sí que ha sido un acierto, pues ponen casi las mismas películas que en los Yelmos, y un día a la semana, en el exterior, montan un mercadillo con productos agrícolas de la tierra a precios asequibles. Así que es una delicia echar allí un ratito y alegrarse el ojo viendo a las muchachas. Uno ya está fuera de juego, pero no tiene que pagar por mirar. Aunque a veces me sorprende algunas vestimentas, demasiado apretadas que parece que van a explotar y con ropa muy corta para mi gusto. Alguna no se mira bien en el espejo antes de salir.

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