Con motivo de las actuaciones políticas y legislativas de orden sedicioso, dictatoriales, rupturistas e ilegales -preventivamente ilegales si se prefiere, ya que el Tribunal Constitucional (TC) al admitir a trámite los recursos del gobierno central los declara preventivamente, y hasta que no haya sentencia firme, nulos e ilegales-, llevadas a cabo impunemente por el gobierno catalán y por los partidos radicales que le apoyan en el parlamento, han surgido diferentes posturas que, dependiendo del partido al que se pertenezca, de la ideología que se profese, y del oportunismo que mejor rendimiento se le pueda sacar a futuro, han puesto de manifiesto lo poco que se quiere a España y, por el contrario, cuántos odiadores y traidores le dan la espalda y le desean todo el mal posible.

Que es lo mismo que deseárselo a todos y a cada uno de los españoles y a cuantos conviven en un reino, España, que, pese a lo que digan de forma interesada los nacionalistas y de manera irresponsable la izquierda española, no es una nación de naciones -Dios nos libre si fuera así, porque podríamos terminar como el imperio austro-húngaro, Yugoslavia o la misma Rusia-, sino que nuestra larga historia, con sus claroscuros, nos respalda, consolida y nos define, histórica y constitucionalmente, como una nación y un Estado social y democrático de derecho, cuya soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español.

Los odiadores de España que, aferrados a un pasado guerracivilista trasnochado, intentan por todos los medios cambiar el sentido y las consecuencias de su derrota casi ochenta años después, dirigiendo toda su artillería legislativa, dialéctica y reivindicativa contra un periodo concreto de la historia de España que tan solo conforma una reseña dentro de nuestro extenso legado histórico, y que la mayoría de los españoles decidimos entre 1975 y 1978, gracias a la Transición, perdonarnos y, de camino, darnos una nueva oportunidad política, mediante una constitución que recogiera, en lo posible, todos los deseos y anhelos de los españoles que ansiábamos la paz, la democracia y la libertad.

Pero la clave de lo que hoy nos sucede, políticamente hablando, es que los padres de la Constitución quisieron, en lo posible, contentar a todos y no enemistar o enojar a nadie. Y, aunque llevaban buena intención, no pensaron -o sí, quién sabe- que sus excepciones, los hechos diferenciales, las identidades históricas idiomáticas y culturales, los fueros, los cupos, además de las singularidades y las nacionalidades, condujeron, inevitablemente, a la idea de la plurinacionalidad y, de hecho, a la posibilidad de que todas y cada una de las comunidades que componen España se creyeran con el derecho a no ser menos que la que más. Ya saben: el café para todos que tan mal resultado ha dado hasta ahora.

Y de aquellos polvos viene este lodazal en el que chapoteamos actualmente. No contento con ello, de ser probablemente España el Estado a nivel mundial donde sus provincias reconvertidas en comunidades autónomas disfrutan de la mayor autonomía posible, se ha pasado a que, precisamente, aquellas comunidades que más privilegios tienen, ahora exigen y quieren más; en realidad, lo quieren todo: una independencia política pero a su vez dependiente económicamente del resto de los españoles, que, incompresiblemente de forma tácita, le seguimos sufragando sus constantes desafueros y provocaciones, y lo han venido haciendo con la venia de los sucesivos gobiernos centrales, que se han visto "acorralados y prisioneros" de sus votos para llevar a cabo sus respectivas políticas y que han sido, sucesiva y reiteradamente, recompensadas no solo con dinero, que también, sino con más excepciones, prerrogativas, concesiones y pactos vergonzosos en detrimento del resto de las comunidades y, por consiguiente, del resto de españoles que contemplamos estoicamente cómo nos destrozan España.

macost33@gmail.com