Todavía no sabemos en qué lío anda metida doña Monsi en Barcelona, pero grave debe de ser cuando, coincidiendo con el estreno de Gran Hermano Revolution, se atrevió a llamar a Eisi, que a esa hora fijaba la mirada en la tele como si nunca antes hubiera visto aquel aparato. Al día siguiente, sin darnos ninguna explicación, se marchó con lo puesto hacia tierras catalanas. Carmela, que está al quite de todo lo que se mueve menos de las pelusas, nos contó que había escuchado a Eisi hablar por teléfono con la presidenta y que dijo algo relacionado con una urna.

-No puedo creer que doña Monsi esté traficando con las urnas del referéndum del próximo domingo -comentó preocupada la Padilla.

-Ay, mi madre. Seguro que ha llamado a Eisi para que le eche una mano de extranjis. Qué fuerte -se lamentó Brígida.

Aquello nos dejó preocupadas, pero tratamos de no darle más importancia hasta que tocaron en el portal. Carmela, que por fin había logrado arrinconar un par de pelusas, abrió la puerta y un hombre con una nariz interminable y resfriada entró. Levantó las cejas a modo de saludo y dejó una caja en el suelo.

-¿Y esto qué es? -preguntó Carmela.

-Un paquete -contestó.

-¡No lo toques! -gritó la Padilla como si aquella fuera la última frase que iba a pronunciar el resto de su vida.

-Pero qué exagerada eres, mujer. Ni que viniera el demonio de Tanzania dentro.

-Tasmania, señora.

-¿Ves? Él señor lo acaba de confirmar -se asustó Brígida buscando refugio.

-Yo no he confirmado nada. Solo he corregido un detalle y es que el demonio es de Tasmania, no de Tanzania -aclaró él con el brazo extendido para que alguien le echara una firma.

-Uf, a mí esto me huele mal -comentó la Padilla.

-Pues yo, con el resfriado que llevo, ya se puede estar pudriendo el mismísimo demonio de Tasmania que ni me entero -dijo el señor de la caja misteriosa, que, sin avisar, soltó un estornudo que las pelusas volvieron a campar a sus anchas por todo el edificio.

Carmela le echó una mirada tan asesina que el hombre se marchó como si hubiera visto al susodicho demonio.

-¿Y por qué no abrimos la caja? -preguntó María Victoria, que albergaba la esperanza de encontrar un abrigo de plumas de colibrí ecuatoriano que alguien le hubiera enviado como regalo.

-¿Tú estás loca? No quiero ser cómplice de un robo. Como se entere la policía, primero cae ella y detrás nosotras por encubrir el delito -advirtió la Padilla, que propuso deshacerse de la caja cuanto antes.

-Me temo que es imposible -avisó Brígida-. La anciana del edificio de enfrente se pasa toda la tarde en la ventana, vigilando la calle.

-Pues entonces habrá que esperar hasta la "urna" de la madrugada para hacerlo -bromeó Carmela.

-Tú eres tonta, ¿verdad? -lamentó la Padilla.

Mientras decidíamos la manera menos arriesgada de acometer la operación, alguien aporreó la puerta del edificio. Carmela abrió y entró un policía.

-Buenas tardes, señoras -saludó.

La Padilla le hizo un gesto a María Victoria para que se colocara delante de la caja.

-¿Y por qué yo? -preguntó en susurros.

"Porque eres la más voluminosa", le respondió ella sin abrir la boca y haciendo un gesto descriptivo con los brazos.

-¿En qué podemos ayudarle, señor agente? -preguntó Carmela.

-Vengo a por un paquete.

Aquellas palabras nos dejaron heladas. Alguien había dado el chivatazo. Solo por una vez, María Victoria deseó tener más caderas para que aquel poli no pudiera descubrir la caja.

-Ningurna de nosotras tiene nada -dijo Brígida y la Padilla empezó a toser.

-Discúlpela, es que el polvo nos atrofia la lengua -se excusó señalando a una de las pelusas.

Cuando todo parecía perdido, apareció Xiu Mei.

-Hola, inspectó, aquí tú tiene lollito primavela para comisalía -dijo entregándole un paquete grasiento y humeante.

-Gracias, Xiu. Mmm? Huele que alimenta. Vuelvo la próxima semana -dijo él, mientras atravesaba la puerta de la calle y se despedía con una sonrisa para todas.

Carmela cerró de un portazo y se giró hacia nuestra vecina china.

-¡A quién se le ocurre hacer rollitos de primavera en otoño!

Xiu Mei nos miró desconcertada y, por el rabillo del ojo, descubrió la caja que sobresalía de las caderas de María Victoria.

-¡Po fin llegó telmomix mía para lollitos! -gritó emocionada.