Hace días se clausuró el Congreso de la Sociedad Europea de Oncología que reunió en Madrid a más de 23.000 especialistas de 130 países donde se llegó a determinadas conclusiones que supondrán cambios para la práctica y decisiones clínicas a tomar sobre el cáncer. Entre estas se trató como tema fundamental y prioritario la necesidad de que el acceso a la atención oncológica sea equitativo y pueda garantizarse a medio y largo plazo. En este apartado sí que llama la atención que el Congreso se haya pronunciado en que los pacientes deben tener acceso a los últimos tratamientos para el cáncer, pero como "el coste de esta enfermedad se está disparando", este debe ser compatible con la sostenibilidad de los sistemas sanitarios, de tal manera que "los fármacos adecuados solo se administren en los momentos apropiados".

Consideran que el coste del tratamiento del cáncer en algún momento será inabordable, por lo que habrá que llegar a algún tipo de regulación para que esto no suceda. En definitiva, que se garantice el tratamiento oncológico, pero sin poner en riesgo el sistema. Es como si fuera un sí pero no.

O sea, que una de las conclusiones inmediatas de este congreso es que la investigación sobre fármacos, cada vez más caros, para el tratamiento del cáncer hay que hacerlo con ciertos reparos. Parece interesante que los congresos sirvan para comunicar los avances en los diferentes frentes oncológicos, pero lo que sí resulta inédito y hasta inquietante es que sean precisamente los profesionales sanitarios los que se irroguen la facultad y responsabilidad de erigirse en ser los guardianes del sistema.

Uno como médico piensa que lo importante de la profesión es tener nuevos dispositivos terapéuticos que alivien o curen, y que serían los sistemas de salud los que dispusieran de los presupuestos necesarios para que este no quiebre; sea equitativo y no discriminatorio en relación con el coste de este o aquel avance terapéutico y si está o no considerado aplicar en este o aquel tipo de cáncer.

Los profesionales de la medicina no deben ser ejecutores en lo negativo y sí arietes para lograr de las administraciones que pongan en sus manos el arsenal suficiente y el que haya más avanzado en ese momento para salvar o prolongar una vida.

Estos profesionales no deben tener la preocupación si el sistema quiebra o no, ya que su responsabilidad empieza y termina suministrándoles a los enfermos lo que la ciencia tiene en el momento adecuado para que la supervivencia y la curación sean lo prioritario.

Debatir costes y si el sistema se va a pique por sus actuaciones suena rarito, y, además, si se sitúan como baluarte para que los avances terapéuticos no lleguen a todos los enfermos oncológicos motivará que muchos se queden por el camino. Lamentable.