Los independentistas han convertido Cataluña en una cuna para el odio. A falta de la fuerza, lo que allí se vive hoy es una guerra civil. Haciendo creer a sus vecinos que de ello dependen todas sus desgracias, los Puigdemont y los Junqueras han obligado a los catalanes a pertenecer a un régimen totalitario. Lo han disfrazado de libertad, pero la anarquía dista mucho de serlo. Se han sentido dioses y en su delirio han levantado los pies del suelo para llamar infierno a todo lo que les quedaba por debajo. Les dio igual que fueran leyes, personas o hasta la mismísima democracia. Lo que estos miserables le han chutado a su gente tiene muy difícil vuelta atrás, porque es eso de lo que todos los pueblos huyen: del odio entre iguales.

A los promotores de esta locura no los podemos perdonar ni los debemos olvidar. Son ellos los responsables de todo esto y de que en demasiados lugares se maltrate el gentilicio de Cataluña. Han abierto una brecha emocional que tardará decenas de años en cicatrizar y merecen todo el desprecio como personajes públicos. Estos no son tiempos de mesías ni de salvapatrias, y tampoco de libertadores porque no hay cadenas. Y si al Gobierno de España le ha faltado diligencia a la hora de tratar el tan manejado "sentimiento catalán", a estos les ha sobrado chifladura para arengar a las masas. Y hoy hace falta determinación por parte del Estado, sí, pero además templanza porque, al final, habrá que sentarse en una mesa. Digo yo.

@JC_Alberto