Nunca os dejéis vencer por el desánimo.

Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife

Ese punto de amargura constante que al parecer reflejan nuestros escritos debe ser la presencia inolvidable de unos acontecimientos que -como dijo Dilma Rousseff- respiran el sabor amargo de la injusticia, y la vorágine que siempre nos acompaña de aquel resumen de su vida que hacía "el príncipe de las letras", Rubén Darío, en su poema "Lo fatal": "Dichoso el árbol que es apenas sensitivo / y más la piedra dura porque esta ya no siente / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo / ni mayor pesadumbre que la vida consciente".

Nada más claro ni más rotundo, en un mundo donde la despreocupación por "las consecuencias" ha pasado a ser una verdadera utopía. Lo vemos, lo presenciamos, lo sufrimos y lo soportamos, todos los días.

Pareciera increíble que la crueldad humana esté tan extendida hoy en día, que, a la vista de lo que ocurre a nuestro alrededor, nos haga perder la más genuina de las esperanzas en alcanzar un mundo donde la justicia, la paz y la razón se impongan de forma contundente ante el monumental destrozo de la codicia y la maldad de gentes que, marcadas por sus propios genes, las han propagado por todo el mundo, llenando del mayor oprobio sus propios nombres, sin que les importe para nada llenar de lodo su persona, con tal de conseguir unos fines ilícitos que nada tienen que ver con sus merecimientos. Lamentablemente es lo que hay.

Desde hace algunos años -concretamente desde el 25 de mayo de año 2003-, tenemos sobre nuestra mesa de trabajo un escrito cuyo título es "La envidia como recurso", publicado en este diario EL DÍA de Santa Cruz de Tenerife. Los lineamientos que se destacan en él son para no olvidar. Verdades como templos que hemos soportado toda la vida nos presentan "el gran teatro del mundo" que inmortalizó nuestro Calderón de la Barca, mostrándonos descarnadamente el panorama que vemos con sufrimiento y resignación cristiana, como acaban destruyéndolo todo, pues, como es fácil de comprender, quienes son portadores de esas malignas prácticas anticonvivencia pacífica, honesta y honrada terminan también siendo pasto de sus propias carencias, sus infamias y sus maldades.

Los párrafos de esa publicación aludida reflejan claramente el mundo en el que vivimos, en el cual tenemos que soportar las más viles experiencias causadas por la infidelidad y, como decimos, la codicia, la falta de honradez, de honestidad y de unos principios que debieran estar basados preci-samente en la conservación permanente de estos preceptos que serían las banderas que acogerían un mundo donde la cultura de la paz sobresaliera sobre cualquier otra degenerada opción.

Arraigados en lo más profundo de sus ideas, perversos personajes viven atropellando a la comunidad, amparados en leyes detestables, preparadas precisamente para avalar sus más viles intenciones, siempre dándoles valor a aquello que les produzca beneficios propios en cualquiera de sus dimensiones, llámense políticas, sociales o económicas.

En ese escaparate del "gran teatro del mundo" aparece la envidia al trabajo bien hecho y, como decimos nuevamente, a la honradez, la honestidad, la justicia y la razón.

Copiamos: "El afán de superarse personal y profesionalmente anima a muchas personas cada día en su vida particular y en su trabajo. Sin embargo, estos luchadores anónimos no encuentran casi nunca la respuesta lógica a sus esfuerzos, que sería la de ser compensados con agradecimientos y satisfacción. Más bien al contrario, porque en la mayoría de los casos la lucha por el perfeccionamiento es mirada como un auténtico atentado por esa clase de personas que utilizan la envidia como recurso".

Esto es así, como hemos comprobado a través de nuestra larga trayectoria cosechando éxitos en muchas de nuestras actividades cotidianas, dejando por una vez al escribir estas líneas la modestia aparte, para poder justificar en algo cuanto aquí estamos exponiendo como un lamento sin respuesta al panorama que tenemos que soportar, sin que nos ampare la más mínima posibilidad de reconstruir cuanto nos han destruido sin piedad quienes debieron de apoyar con los límites necesarios acciones que despertaban la envida del mundo entero, y que habían costado años de intenso trabajo, estudios, sacrificios y privaciones para generar un escenario donde las generaciones futuras pudieran beneficiarse de las experiencias y del conocimiento adquirido por las actividades de las generaciones actuales.

Un soplo de reconocimiento y alegría personal nos llega desde Filadelfia, EE.UU., cuando nuestro ilustre querido amigo Alejandro José Gallard, en su publicación semanal El Archivo DXII, nos ilustra volviendo a Rubén Darío, con este pasaje de la "Letanía a Nuestro Señor Don Quijote". Analizar y profundizar cuanto aquí el poeta expone nos lleva a entender y comprender que, como dice nuestra buena amiga Marié, parece como que fuésemos personajes de otra constelación: "¡Ora por nosotros, señor de los tristes, / que de fuerza alientas y de sueños vistes, / coronado de áureo yelmo de ilusión! / ¡Que nadie ha podido vencer todavía, / por la adarga al brazo, toda fantasía, / y la lanza en ristre, toda corazón!"

Fuerte, muy fuerte, hay que ser para aguantar todo lo que este mundo nos está deparando a "los que vivimos": "La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se mire al revés" (Antonio Machado).

*Del grupo de expertos de la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas