Cada 29 de septiembre, Tazacorte, en la isla de La palma, celebra el día grande de sus fiestas patronales en honor de San Miguel Arcángel. Con tal motivo, hoy tengo un recuerdo especial para aquella localidad, actualmente "villa y puerto".

Tazacorte se extiende frente al mar con los brazos de su reconocida hospitalidad siempre abiertos como queriendo abrazarlo; y el mar parece corresponderle con besos de espuma y caricias de sal. Un mar que simula devorar al sol en su ocaso, dibujando atardeceres irrepetibles en los que "juega la luz con las olas; / se abren guedejas doradas, / mientras barcas y falúas / permanecen desveladas / esperando que la noche / haga propicia su marcha / hacia aventuras de pesca / en una mar de esperanzas".

Estos versos nacieron en otro septiembre lejano y recordaban, además, su doble naturaleza agricultora y marinera en la estrofa siguiente: "El pescador en la mar / y el campesino en el agro / cavaron místicos surcos / para cultivar milagros".

Destacaba aquel poema los vínculos de Tazacorte con el mar, escenario donde historia y leyenda se confunden, por ejemplo, en el viaje errático de San Borondón, isla mítica que dio nombre a uno de sus barrios; y en ese episodio de aquellos misioneros que encontraron la muerte en sus aguas a manos de piratas hugonotes, y que pasaron a la historia como "los Mártires de Tazacorte".

Erupciones volcánicas de hace un montón de siglos fueron esculpiendo sus acantilados y su barranco con un ardiente cincel de fuego, "pero aquel fuego escultor / del todo no se ha apagado: brilla en el fruto maduro, / arde en el mojo encarnado, / se asoma valiente o tierno / a los ojos y a los labios / de su gente, con luz nueva / y pasión de enamorado".

Hay muchas cosas más que hablan de aquel pueblo y de su gente cuya excelencia no cabe en un simple papel. Termino este entrañable recuerdo sintiendo que, al hablar de Tazacorte, se endulzan en los labios las palabras.