Los desgraciados acontecimientos golpistas que se vienen sucediendo en Cataluña desde hace semanas tiene a los siguientes actores como protagonistas: los políticos catalanes que lo han ideado, programado y desarrollado como principales culpables; le sigue en su aliento secesionista unos determinados colectivos sociales, adecuada y convenientemente subvencionados; así como un útil respaldo mediático, totalmente descarado, sectario y, por supuesto, subvencionados; bendecidos todos por un cierto respaldo eclesial (llegado aquí me persigno y decido no volverle a poner en mi vida la cruz en la casilla de la Iglesia); además de la chusma populista de marras que se regodea en su maldad ideológica de que a España le vaya mal para que ellos puedan seguir pescando votos en este río revuelto en el que navegamos; así como un partido socialista que se dice español pero que se mantiene en el oportuno "perfil egipcio" con la intención de nadar y guardar la ropa. Todo muy nauseabundo.

Y, por supuesto, no crean que me he olvidado del Gobierno del Estado, que se ha mantenido en una acomplejada "equidistancia" y en una confundida "proporcionalidad" rayana en la cobardía política, al no ejercer con firmeza sus funciones en la defensa de la legalidad y del imperio de la ley haciendo uso de la normativa vigente -como por ejemplo el artículo 155 de la Constitución-, ante un claro y descarado desafío cesionista y golpista que atenta gravemente contra el interés general de España.

Ahora, muchos se preguntan el cómo hemos llegado a este punto; muy sencillo: permitiendo que determinadas comunidades autónomas -ahora estamos con Cataluña pero igualmente sucede en el País Vasco, Galicia, Baleares e incluso en la Comunidad valenciana-, lleven a la práctica su particular ingeniería social a través de una promoción inclusiva de las costumbres sociales de "orden" así como de conductas derivadas de consideraciones políticas, lingüísticas, educativas, sociales y hasta religiosas; donde, dicho sea de paso, parte del clero español ha olvidado la conquista del cielo para asaltar la tierra; y, todo ello, como no, imbuido del pensamiento único.

Ya lo dijo en su día el ínclito Jordi Puyol, por cierto todavía libre, cuando se refirió a que "ahora nos toca paciencia y después, llegado el momento, nos tocará la independencia". Ese después ya ha llegado. Treinta años de adoctrinamiento en las escuelas ha tenido su fruto. Varias generaciones que ahora están convencidas de lo que sus profesores -eficazmente seleccionados y promocionados en función de sus ideas independentistas-, les arengan en clase, tal como el odio a España; y, a través de falsear y manipular la historia y la realidad, transmitirles el convencimiento pleno de que ellos, los catalanes, ciudadanos de una nación primigenia, viven explotados desde hace generaciones por una potencia extranjera. Y ha funcionado.

Se manipula y se instrumentaliza a los niños en las escuelas -la mayoría de las veces con el consentimiento y aceptación de sus progenitores-, y se hace en términos totalitarios grabando en sus jóvenes conciencias un sentimiento nacionalista catalán; utilizando para sus miserables fines el idioma como un instrumento diferenciador y excluyente; ya que no se utiliza el castellano como lengua vehicular en las aulas; es más, en los patios de recreo hay carteles advirtiendo de: "Aquí jugem en catalá". En resumen, el adoctrinamiento en las escuelas catalanas en ideas anticonstitucionales y antidemocráticas de los alumnos recuerda por desgracia a épocas oscuras y felizmente pasadas -o eso creíamos-, en las que bajo la protección fascista de la alineación y el pensamiento único se cometieron los peores crímenes contra la humanidad. No es extraño el contemplar horrorizados cómo el nacionalismo catalán utiliza, políticamente y con todo el descaro del mundo, a los niños como apoyo para construir su imaginaria y republicana patria catalana donde, al final, todos serán libres y felices. O no.

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