Algunos independentistas catalanes, o soberanistas alborotadores, que provocan la secesión en esa comunidad autónoma española, soslayan, estratégicamente, lo que ellos mismos vienen promoviendo en los últimos meses: un sistema con cárceles para prisioneros políticos (políticos prisioneros sí hay en España), un chivatazo o una sospecha excusa suficiente para terminar en ese horror? Estos exterminadores de una sociedad altamente cualificada (hoy los catalanes están divididos hasta en el seno de las familias), beben en las mismas fuentes que critican del régimen anterior para aborregar a los innumerables ingenuos que, a base de embaucamientos, apenas perciben las engañosas esencias patrias, los patrióticos (¿) himnos catalanes, la colocación de la senyera o la estelada en cualquier rincón (si está presente una sobresaliente autoridad centralista, mejor que mejor), los cambios de nombres y símbolos del Estado escondidos con nocturnidad y alevosía? todo ello amenizado con una bella sardana. El secreto, conocido a voces, está en reinventar una historia para que los nuevos líderes sonrían con benevolencia hacia el pueblo noble que trata de comprender lo que sucede, pero, espabiladamente, va tomando conciencia de las manipulaciones políticas (se debe evitar el origen de un montón de dinero en manos de la burguesía), y el voto independentista desciende considerablemente ante los formidables disparates que estos anticonstitucionalistas vienen prodigando.

Sobre este grave asunto se han escrito infinidad de artículos, tocando todas las tendencias inimaginables. Permitan nuestros pacientes lectores que nos refiramos a dos sucesos que, a nuestro entender, han protagonizado dos peligrosos temas: uno, el incomprensible proselitismo de la presidenta del Parlament catalán, Carme Forcadell, quien, desde una tribuna callejera, exhortaba a las masas con una arenga patriotera (aquí sí), para finalizar con un "Viva la República catalana", mientras agredían a la presidenta de las Cortes de Aragón, Violeta Barba, en una asamblea de Podemos. Hasta ese mismo momento estábamos convencidos de que en un parlamento está representada la voluntad democrática de cada persona que vive en la comunidad y que la Presidencia tiene un carácter predominantemente institucional. Es inconcebible llegar a esbozar un escenario en el que nuestra respetada y sosegada Carolina Darias aparezca sobre una silla dedicando una catilinaria a un grupo. Pues Forcadell sí. Y esta es la diferencia.

Otro de los asuntos que nos llamó la atención (se quedan muchos en las profundidades de la estupefacción), fue el Adoctrinamiento, con mayúsculas; es decir, la utilización de las aulas para "amaestrar" a las futuras generaciones. Conocemos de primera mano aquellos sutiles mensajes enviados por el clero afín al dictador (de hecho, el 95 % de ellos -el Opus se incorporó más tarde- estaba fuertemente mezclado con el régimen. Los restantes eran "contestatarios"), y el "cariño" que recibíamos aquellos que no comulgábamos con lo que se percibía y a los que, también cariñosamente, se nos tildaba de "incorrectos", esto es, somos incorrectos desde la más tierna infancia. El independentismo catalán lleva décadas utilizando este sistema y la juventud de aquella comunidad está educada contra España como "Estado opresor". Pretenden repetir los acontecimientos de 1931 con otro referéndum ilegal y enfrentamientos en las calles entre catalanes saturados de ira manipulada y cargas policiales desmesuradas. ¿Puede nacer algún tipo de legitimidad basada en una ilegalidad proclamada por el Tribunal Constitucional?

Un caminar confuso caracteriza a unos y a otros. Ninguno sabe muy bien el origen de las dos banderas que presiden diferentes actos. Detrás de cualquier bandera no puede haber diálogo. El origen de las cuatro barras rojas de la estelada sigue protagonizando hoy una controversia entre los historiadores. La mayoría se remite a la primera evidencia documental del emblema, fechada en 1150 (siglo XII), tras la unión de los condados catalanes con el Reino de Aragón. Repetimos: unión de los "condados" catalanes con el "Reino" de Aragón. Fue el símbolo durante la Guerra Civil y se vincula más a los independentistas. La senyera es la bandera de la Corona de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares.

El totalitarismo de Puigdemont, si continúa cumpliéndose la ilegalidad, se escuchará en la plaza de San Jaime para proclamar la República Independiente de Cataluña, sin olvidar que todo este gran disparate no terminó el pasado domingo. Al contrario, ahora se inicia un enfrentamiento entre dos pueblos catalanes, hoy hostiles, que han convivido y trabajado en paz. Las cuatro barras rojas les han ocultado un horizonte dialogante en el que figuran personajes como jefes de Estado, presidentes del Gobierno, ministros?, hechos y acciones que han dejado una profunda huella en la historia de España. Una realidad, intencionadamente soslayada por los independentistas catalanes, que ha hecho grande a Cataluña y, como consecuencia, a España.